☰ menú
 



Vagabundo continuo

          Hemos andado despacio, sin acabar nunca.
Salimos una madrugada, hace mucho, oh, sí, hace muchísimo.
Hemos andado caminos, estepas, trochas, llanazos.
Las sienes grises azotadas por vientos largos. Los cabellos enredados
      en polvo, en espinas, en ramas, a veces en flores.
Oímos el bramar de las fieras, en las noches, cuando dormíamos
      junto a un fuego serenador.
Y en los amaneceres goteante oímos a los pájaros gritadores.
Y vimos gruesas serpientes dibujar su pregunta, arrastrándose
      sobre el polvo.
Y la larga y lejana respuesta de la manada de los elefantes.
Búfalos y bisontes, anchos, estúpidos hipopótamos, coriáceos
      caimanes, débiles colibríes.
Y las enormes cataratas donde un cuerpo humano caería como una hoja.
Y el orear de una brisa increíble.
Y el cuchillo en la selva, y los blancos colmillos, y la enorme avenida
      de las fieras y de sus víctimas huyendo de las enllamecidas
      devastaciones.

          Y hemos llegado al poblado. Negros o blancos, tristes.
      Hombres, mujeres.
Niños como una pluma. Una plumilla oscura, un gemido,
      quizá una sombra, algún junco.
Y una penumbra grande, redonda, en el cielo, sobre las chozas.
       Y el brujo. Y sus dientes hueros.

Y el tam-tam en la oscuridad. Y la llama, y el canto. Oh,
      ¿quién se queja?
No es la selva la que se queja. Son sólo sombras, son hombres.
Es una vasta criatura sólo, olvidada, desnuda.
Es un inmenso niño de oscuridad que yo he visto, y temblado.
Y luego seguir. La salida, la estepa. Otro cielo, otros climas.

          Hombre de caminar que en tus ojos lo llevas.
Hombre que de madrugada, hace mucho, hace casi infinito, saliste.
Adelantaste tu pie, pie primero, pie desnudo. ¿Te acuerdas?
Y, ahora un momento inmóvil, parece que rememoras.
Mas sigues...


VICENTE ALEIXANDRE




regresar