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Razón de amor (I)

Ya está la ventana abierta.
Tenía que ser así
el día.
Azul el cielo, si, azul
indudable, como anoche
le iban queriendo tus besos.
Henchicha la luz de viento
y tensa igual que una vela
que lleva el día, velero,
por los mundos a su fin:
porque anoche tú quisiste
que tú y yo nos embarcáramos
en un alba que llegaba.
Tenía que ser así.
Y todo,
las aves de por el aire,
las olas de por el mar,
gozosamente animado:
con el ánima
misma que estaba latiendo
en las olas y los vuelos
nocturnos del abrazar.
Si los cielos iluminan
trasluces de paraíso,
islas de color de edén,
es que en las horas sin luz,
sin suelo, hemos anhelado
la tierra más inocente
y jardín para los dos.
Y el mundo es hoy como es hoy
porque lo querías tú,
porque anoche lo quisimos.
Un día
es el gran rastro de luz
que deja el amor detrás
cuando cruza por la noche,
sin él eterna, del mundo.
Es lo que quieren dos seres
si se quieren hacia un alba.
Porque un día nunca sale
de almanaques ni horizontes:
es la hechura sonrosada,
la forma viva del ansia
de dos almas en amor,
que entre abrazos, a lo largo
de la noche, beso a beso,
se buscan su claridad.
Al encontrarla amanece,
ya no es suya, ya es del mundo.
Y sin saber lo que hicieron,
los amantes
echan a andar por su obra,
que parece un día más.


PEDRO SALINAS




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