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Sonetos a la Virgen

                              I


Deípara, paridora de Dios. Suave
la giba del engañado para ser
tuvo que aislar el trigo del ave,
el ave de la flor, no ser del querer.

El molino, Deípara, sea el que acabe
la malacrianza del ser que es el romper.
Retuércese la sombra, nadie alabe
la fealdad, giba o millón de su poder.

Oye: tú no quieres crear sin ser medida.
Inmóvil, dormida y despertada, oíste
espiga y sistro, el ángel que sonaba,

la nieve en el bosque extendida.
Eternidad en el costado sentiste
pues dormías la estrella que gritaba.


                              II


                                            Mais tes mains (dit l’ange à Marie)
                                   sont merveilleusement bénies. Je suis
                                               le jour, je suis la rosée; mais toi,
                                                                                 tu est l’Arbre
.
                                                            R. M. Rilke: Vie de Marie


Sin romper el sello de semejanza,
como en el hueco de la torre nube
se cruza con la bienaventuranza.
Oh fiel y sueño del cristal que pule

su rocío o el árbol de confianza,
reverso del Descreído pues si sube
su escala es caracol o malandanza,
pira gimiendo, palabra que huye.

Para caer de tu corona alzada
los ángeles permanecen o se esconden,
ya que tú oíste a la luz causada

por el cordero que la luz descorre
para ofrecer lo blanco a la nevada,
para extender la nieve que recorre.


                              III


Cautivo enredo ronda tu costado,
pluma nevada hiriendo la garganta.
Breve trono y su instante destronado
tiemblan al silbo si suave se levanta.

Más que sombra, que infante desvelado,
la armadura del cielo que nos canta
su aria sin sonido, su son deslavazado
maraña ilusa contra el viento anda.

Lento se cae el paredón del sueño;
dulce costumbre de este incierto paso;
grita y se destruyen sus escalas.

Ya el viento navega a nuevo vaso
y sombras buscan deseado dueño.
¿Y si al morir no nos acuden alas?


                              IV


Pero sí acudirás; allí te veo,
ola tras ola, manto dominado,
que viene a invitarme a lo que creo:
mi Paraíso y tu Verbo, el encarnado.

En ramas de cerezo buen recreo,
o en cestillos de mimbre gobernado;
en tan despierto tránsito lo feo
se irá tornando en rostro del Amado.

El alfiler se bañará en la rosa,
sueño será el aroma y su sentido,
hastío el aire que al jinete mueve.

El árbol bajará dicción hermosa,
la muerte dejará de ser sonido.
Tu sombra hará la eternidad más breve.


JOSÉ LEZAMA LIMA




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