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Kinshasa memories

Vuelvo a Kinshasa, mi amor,
dulce paranoia que repito
en cada vuelo que regresa desde el sueño al día.
En pleno goce del clima
percuto sobre el tambor del verano
y clavo en las paredes, con lanzas,
mi colección de pájaros humana.

Supura el sol, enfermo,
la aldea crece y se consume a sí misma,
nada desconocida a mis ojos,
babel de termitas o estatua de polvo,
pero feliz la mirada por volver a vos,
oh abandonada...
Tu pelo revuelto y medusa
envenenándolo todo,
el asedio del incendio
y el pánico del amante presa del deseo
inocultable en los parque calcinados,
en los hoteles destruidos,
en el delirio de la ceniza que hace las veces de nieve.

Estoy de vuelta, amor mío,
amaestrado en tu aro de fuego,
como el dulce paquidermo de la amnesia
te saludo, oh Kinshasa,
Serenísima,
Capital Augusta de la América Central.



                             II

En kinshasa no queda lluvia.
La tribu perfora los cerros y busca los odres
-que dicen- yacen repletos bajo el suelo.
Así, pierden las manos y el sueño,
abren enormes surcos,
señalizan con huesos y mascan raíces
hasta dejarlas resecas.
Un constante zumbido es la palabra
y la aldea crece en octágonos incontenibles,
en un andamiaje feroz
donde guardan la breve historia de su tiempo.

No pasa nube en Kinshasa,
tan sólo, un interminable temporal de langostas
que se encarga de arrasar las techumbres
y a las precarias flores
que todos dan por llamar esperanzas.









De Poemas en Onda Corta (2008)


FABRICIO ESTRADA




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