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En las tiendas griegas

Y el Alma se asustó
a las cinco de aquella tarde azul desteñida.
El labio entre los linos la imploró
con pucheros de novio para su prometida.

El pensamiento, el gran General se ciñó
de una lanza deicida.
El Corazón danzaba, más, luego sollozó:
¿la bayadera esclava estaba herida?

Nada! Fueron los tigres que la dan por correr
a apostar en aquel rincón, y tristes ver
los ocasos que llegan desde Atenas.

No habrá remedio para este hospital de nervios,
para el gran campamento irritado de este atardecer!
Y el General escruta volar siniestras penas
allá.....................................................
en el desfiladero de mis nervios!






De Los Heraldos Negros


CÉSAR VALLEJO




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