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Y quisimos dormir...

Y quisimos dormir el sueño bárbaro,
negar devotos párpados y el rubor de las damas de satén y
          jardín,
luchar con hordas bondadosas de búfalos,
dormir eras diurnas y perdidas sobre locomotoras de música
          brillante,
que adornara con moras los vestidos el implacable dinosaurio
          obispal,
el búho cárdeno y la tristeza,
chimeneas como tubos de un órgano barroco,
música pterodáctilo: sus alas grandes pobladas de truenos,
su espalda cíclope
de reactor clavecín.

Y quisimos dormir sobre un verso nervioso del rayo,
sobre el óleo morado de las carbonerías,
sin nanas de corcheas, corcheas auténticas,
acuarelas de lilas posesivas como una bendición.

Y quisimos dormir con la métrica rara del raro maremoto
y con la lengua llena de espuma de colegio.
Es así, nos dijimos, la tímida muerte,
es así la tímida vida,
no el éxtasis, sino el encaje oscuro del salitre
dibujando libélulas y árboles de tinta,
saliva que no escribe dorados serventeios*
ni plata de alquitrán.

Y quisimos dormir así, vértigos-velas para llegar adónde,
pero escuchadme, cómo hacer de otro modo,
cómo hacer de la tarde un pálido papel para rasgar o estucarlo
          con oros,
cómo hacer mutaciones, piedras filosofales,
y cómo apoderarse de algas y catedrales y de la lágrima
          de luz y terciopelo de la virgen Virginia que alienta
          los silencios,
que ondea disfrazada de Ofelia por los lagos.

No tuvimos cavernas palaciegas, ni manuscritos en cuevas
          ni palomas,
sólo balcones para inventar tormentas y desatar el espectáculo,
sólo vagos balcones donde el labio de las plantas humea
y saja el corazón y lo secciona en láminas de muerte repentina,
en las antiguas láminas de mica
que, ya lo dije, irradia angustia, espejos.



* La saliva de los unicornios deja una huella de plata, según cuenta A. Cunqueiro.
N. del A.



(De: Una niña de provincias que se vino a vivir en un chagall)


BLANCA ANDREU




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