Voy buscando los ojos de una torre
alzada con oscuros pensamientos,
pues quiero darle fronda de miradas
a la columna altiva de mis sueños.
La quieren derribar vientos de duda,
la asedian nubes que le son coronas,
como césped le besa el pie mi fuego.
Dentro me elevo, sin que nunca acabe
de escalar por su médula esa cima,
en donde he de gozar de una presencia
por la que crece, se dilata y sube
este confuso y vertical anhelo.
A veces dudo si hallará sus flores
tanto secreto humor aprisionado:
linfa que quiere pétalos, no puede
entre cortezas conformarse muda.
Bajo el azul derramará verdores
tan obstinada aspiración de cielo
y, a cada canto de ave, en la espesura
responderá una estrella con su brillo.
Aves, lunas, manzanas y luceros
llenarán de sonrisas los cristales
de las cintas del agua que, en el prado,
murmuran y equivocan sus caminos.
La sierpe abrazará de nuevo el tronco,
hombre y mujer se sentirán desnudos,
ángeles guardarán con sus espadas
los dinteles de luz y, otra vez fuera,
amargo llanto para los mortales.
De: Más poemas de Las Islas Invitadas. 1944
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