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	 Esta noche desciendo del caballo, 
ante la puerta de la casa, donde 
me despedí con el cantar del gallo. 
Está cerrada y nadie responde. 
 
      El poyo en que mamá alumbró 
al hermano mayor, para que ensille 
lomos que había yo montado en pelo, 
por rúas y por cercas, niño aldeano; 
el poyo en que dejé que se amarille al sol 
mi adolorida infancia... ¿Y este duelo 
que enmarca la portada? 
 
      Dios en la paz foránea, 
estornuda, cual llamando también, el bruto; 
husmea, golpeando el empedrado. Luego duda, 
relincha, 
orejea a viva oreja. 
 
      Ha de velar papá rezando, y quizás 
pensará se me hizo tarde. 
Las hermanas, canturreando sus ilusiones 
sencillas, bullosas, 
en la labor para la fiesta que se acerca, 
y ya no falta casi nada. 
Espero, espero, el corazón 
un huevo en su momento, que se obstruye. 
 
      Numerosa familia que dejamos 
no ha mucho, hoy nadie en vela, y ni una cera 
puso en el ara para que volviéramos. 
 
      Llamo de nuevo, y nada. 
Callamos y nos ponemos a sollozar, y el animal 
relincha, relincha más todavía. 
 
      Todos están durmiendo para siempre, 
y tan de lo más bien, que por fin 
mi caballo acaba fatigado por cabecear 
a su vez, y entre sueños, a cada venia, dice 
que está bien, que todo está muy bien. 
 
 
 
LXI de Trilce 
 
 
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