☰ menú
 
palabra virtual

Grabación para Palabra Virtual     
    Editora del fonograma:    
    Palabra Virtual    
por Orfila Bardesio    
Colaboración: José Fernández Bardesio    
Página web de José Fernández Bardesio    

    Este poema forma parte del acervo de la audiovideoteca
    de Palabra Virtual

Canción


Oh mar, mar grande y solitario,
tú, si puedes, vuélvete pequeño
como la cuenca de mi mano,
y yo en secreto te llevaré
entre mis dedos como una avellana
bien rodeada
por el castillo de su dureza,
y te dejaré como un reloj
que esperamos nos despierte
con su campanilla al amanecer,
te dejaré como un pequeño objeto
sobre mi mesa árida.

Vendrán otros ojos, otras manos,
y tú te estremecerás como un recién nacido.
Mi hijo tal vez juegue contigo
como con un trompo de madera,
mi hijita
tal vez te estruje
con sus pequeños dientes nuevos,
tal vez estrene contigo
sus incisivos recientes.
En el bolsillo del traje
de aquel que me acompaña
tal vez vayas escondido
en el calor negro del forro.

Y olvidado,
—tú, Mar, olvidado, por fin—,
tal vez gires invisible
como una lágrima
por los vellos de los marineros
que con los ojos habituados a verte
no te vieron y sin embargo te reclaman
como si estuvieras obligado
a comparecer.

Tú, libre, Mar, más libre que la luna,
como una cabellera
contra mi pecho,
llorando,
— tú, llorando, Mar—
y yo en la orilla del Río de la Plata
con las manos llenas de peces,
consolándote, yo, acariciándote,
y la tormentas domesticadas
rodando por mi falda, mientras pasea el viento
reyes de grandes capas
por los navíos inmóviles
y palpitan golondrinas en el vacío
de ahogados imposibles.

Yo te miro y te digo:
Mar: se han hundido todos los barcos.
Me explicas que el peso
te molestaba tanto que no podías dormir.
Sobre todo los transatlánticos
te desvelaban con luces y bocinas.
Pero a ti te da pena, ¿verdad?

Me miras como el compañero de banco de escuela
a mi lado sentado durante seis años,
—tú, sentado a mi lado, Mar—,
el compañero que me prestaba
sus lápices de colores
y su goma gastada.
— De tu mirada familiar, cae, como siempre,
una sombra—.

No pienses que puedo no comprender
o retirarte mis oídos, por eso,
confía entre mis senos
como un niño que recibe la leche materna
sin volver la cabeza
hacia los cascabeles del sonajero.
Está la lluvia.
Están las estrellas, Mar.
Descansa un poco en Montevideo.
Oculto en mis costumbres
no eres importante.


                                                        Noviembre, 1956.



De: Canción



ORFILA BARDESIO




LIBROS EN PDF DE ORFILA BARDESIO EN PALABRA VIRTUAL



 
  Dieciséis odas y una canción   
 





regresar