Si vamos a tender un cable de exorcismo,
si vamos a alquilar los versos para bodas,
primeras comuniones, funerales y bautizos,
recojo mis papeles. Y me voy.
Si vamos a leer como leemos,
palabras al amado fantasma y otros espejismos,
entonces me retiro.
Nosotros esperamos el tren que arrastra
su sombra como a un coyote atado.
Esperamos el tren ciego como el destino,
con el vagón hermético a 52
grados corriendo en el desierto.
Sin respirar, sin agua, noche larga y terrible:
sangran los poros, revientan los oídos,
los pulmones se inundan de carbón.
Tal vez el tren tarde diez horas,
posiblemente más de treinta años.
O nunca llegue.
Otros prefieren atravesar a pie el desierto
mientras, con sus rodillas, el polvo empuja
al insolado hasta el pie de un dasilirio
que baila con su sombra.
De repente, siento sobre mi hombro
mi propia mano, el polvo pesa en las pestañas,
una generación de embaucadores
danza con los huisaches.
Cuando el árbol abandona sus raíces
muere asfixiado en un vagón de Texas,
cae el sol ahorcado en nuestras plazas,
las espejeantes cuerdas de una guitarra
acompañan las voces de las calamidades;
sobre el tejado duerme la noche
manadas de estrellas cruzan seguras su camino,
menos los hombres;
la esperanza se vuelve un astro miserable,
la tierra sin arar huele a iglesia abandonada.
Con un fragor de búfalos arrancan los furgones,
corre el tren sobre los rieles de su mismo miedo
partiendo en dos la noche.
Hemos emigrado tantas veces desde Aztlán.
Hemos venido buscándonos
en las ropas de nuestros cadáveres;
nos han dado un solo vagón
para ochenta millones
de indocumentados.
Seguimos peregrinando.
Oleadas de gallos cantan, y la última
es majestuosa como la lejanía.
Alguien escucha la misa de las tórtolas.
¿Qué es lo que hemos perdido en esta tierra?
¿Qué jaula es ésta sin un plato de comida?
¿Qué país es éste unificado por decreto
y dividido en sus entrañas?
Las carretas avanzan con ruedas de la luna.
Aumenta la sed sobre el desierto
como crece la mancha de petróleo
sobre las ropas de la amargura;
calados de salitre se refugian
bajo las alas de los cuervos
mientras manteles del relámpago
cubren suspiros de candiles.
El milagro mexicano rivaliza
con el del Tepeyac.
Todo está bien.
¿La balanza de pagos?
Mucho mejor que nunca.
¿El producto interno, las uñas y el cabello?
Crecen mejor que nunca.
¿Los índices de exportación?
Insuperables. Cobran un ritmo acelerado.
Y en medio de los campos la sequía
se desnuda como un atleta.
Virgen de Guadalupe, Señora Tonantzin,
muerde tus labios no sea que te gane
el llanto al ver tus huérfanos
por el desierto calcinados.
Tienen las rocas cruces y ángeles con sus alas abiertas.
Sobre ortigas y nopales
vuelven los muertos de Texas,
y cierran con sus huesos el camino
a los que emigran,
las ramas los detienen, las cunas y las tumbas,
horcones de las chozas quiebran sus pasos,
llevan la pena hasta la boca de la aurora.
Los rodean sus propias calaveras.
Perdona, México, que te llame necesidad.
Perdón, necesidad, si al tenerte me abochorno.
Perdón, difuntos, que apenas los recuerde.
Oh tiempo, perdón porque se escapa de mis manos
la eternidad.
Perdón, jardín, por elegir la flor cempasúchil.
Discúlpame, desierto, por no ofrecerte ni una gota de agua.
(Un mono me contempla
y escucha todo con ironía.)
Siento la cuchillada y no alcanzo a gritar.
Los poetas no sabemos más
dónde empieza la muerte y la locura.
Los poetas están de vacaciones en la historia.
¿Qué esperan para salir?
Se derrumba el teatro sobre nuestras cabezas.
¿Qué esperan para correr?
Está ardiendo el escenario
pero aún no están muertos los actores.
(1987 Diciembre)
De: Vivo, eso sucede
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