Busco a un hombre de amargos ojos verdes,
sombrías manos y palabras lentas.
Se extravió en el terror de una ciudad
nebulosa y fantástica,
cuando iba por una calle sórdida
si salida y sin nombre,
como las que los locos atraviesan
en la glacial clausura de sus sueños.
Escuchad mi pregón, oíd mi alerta
pues se ha extraviado un hombre
en su ciudad caótica y ya muerta.
A la agónica luz de un farol amarillo
que pendía del muro lacerado
como cabeza de guillotinado,
festejaba su cuita el organillo.
Y alguien bailó una danza ridícula y fantástica
en la calle de la ciudad fantástica,
como si fuera un oso amaestrado
que saltara al clamor del estribillo.
Pávida flecha, desgarró la noche
la carrera fantástica de un coche
que nadie en la tiniebla conducía.
Y el coche de los muertos, ¿quién lo guía?
Asolación. Sobre el nocturno duelo,
turbio oscilar de llamas en la sombra;
un destino fatal que nadie nombra,
y la implacable soledad del cielo.
Escuchad mi pregón, oíd mi alerta,
pues se ha extraviado un hombre
en la ciudad caótica y desierta.
A la mísera luz del farol amarillo,
alguien tenía en venta el corazón.
"Dame dinero y te amaré esta noche",
clamaba en las penumbras el pregón.
Pero en el arrabal nadie sabía
quién estaba vendiendo el corazón,
ni quién tañía el trémulo organillo,
mientras pasaba arrebatado un coche.
Y el coche de los muertos, ¿quién lo guía?
De: Poderíos
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