Yo renuncié las glorias mundanales
Por el arduo desierto solitario,
Para sembrar, también, abecedario,
Donde mismo se siembran los trigales.
Yo tuve mi covacha siempre abierta
Para cualquier afán, falaz o cierto,
Y tan franco, tan libre, tan abierto,
Mi hermoso corazón como mi puerta.
***
Yo repudié al feliz, al potentado,
Al honesto, al armónico y al fuerte. ...
¡Porque pensé que les tocó la suerte.
Como a cualquier tahúr afortunado!
***
Me quebré, me rompí, como una clara.
Bruñida copa de cristal sonante;
Pero, me queda inspiración bastante.
Para incendiar el Sol, si se apagara.
***
No me causa pavor, ni me difama,
Envolver con mi llanto tu persona:
No soy el Cristo-dios que te perdona...
¡Soy un Cristo mejor, soy el que te ama!
***
Cuando el hijo de Dios, el Inefable,
Perdonó desde el Gólgota al perverso...
¡Puso, sobre la faz del Universo
La más horrible injuria imaginable!
Algunos versos de El misionero
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