En la marea que empuja,
en la niebla
escurriéndose en los árboles,
anuncia el próximo mandato,
la profecía del retorno a su vientre,
todos devueltos a él como las anguilas
que viajan de regreso
al lugar de apareamiento.
Y besamos estos muros,
nuestro haber, la ilusión de pisar
aislados en cimientos y ladrillos;
oh, no es bravata,
sólo que algo arcano tiembla
cuando la luna llega a cuarto menguante,
y persistimos entonces en seguir
con la responsabilidad de las ciudades,
compartir con ellas el desgaste,
ajenas a las vastas olas
y la informe eternidad de su elemento.
Entregados, atendiendo a ese llamado,
hacia dónde irían las plegarias,
hacia dónde la matriz terrestre,
medida de nuestra obstinación.
En la marea,
en el ancho, domesticado río,
con las criaturas que lo presienten,
la rata inmemorial, el pez barroso,
temibles puntos astrales
intermedios entre el Atlántico y su límite.
De: La penitencia y el mérito
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