Viene despacio, caminando a ciegas
por senderos de sangre,
por senderos de amor que no interrumpen
barbechos ni trigales;
que alargan bajo el viento sus aromas
silvestres, sus instantes
recoletos de sol junto a las tapias,
su blancura en pañales,
y acuden, sin querer, casi en un vuelo
legua tras legua, casi
dejándose ignorar desde el nocturno
latido que los hace
tan hondos y tan leves, tan hilillos
de luz de luna errante,
tan infancia de luna en cada piedra,
tan raicillas de árboles.
Viene a través de un sueño y otro sueño,
a través de una tarde
y otra tarde, tranquilas, con el brillo
del lucero en el aire,
con el girar pausado de la noria
repitiendo su frase
de agua empapada en sombra hacia los labios
que la huerta entreabre,
con el durar cobalto de los montes
apagados y unánimes
más allá de los visos donde el ángelus
labriego se deshace.
Viene apenas rezado y melodioso,
como un manso oleaje
rompiendo hacia la playa que aún no alumbra
su espuma trashumante,
como ingrávida nube cuyos bordes
empiezan a endulzarse
cuando, cerca del alba y sin sonido,
su lluvia lenta cae
sobre el quieto regazo de una yerba
dormida, en que se abren
las húmedas violetas primerizas
de un corazón de madre.
De: Continuación de la vida
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