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palabra virtual

El modernismo    
    Editora del fonograma:    
    Fidias, S.A.    
por Adolfo Marsillach    

    Este poema forma parte del acervo de la audiovideoteca
    de Palabra Virtual

En un cementerio de lugar castellano


Corral de muertos, entre pobres tapias
          hechas también de barro,
pobre corral donde la hoz no siega,
sólo una cruz, en el desierto campo
          señala tu destino.
Junto a esas tapias buscan el amparo
del hostigo del cierzo las ovejas
al pasar trashumantes en rebaño,
y en ellas rompen de la vana historia,
como las olas, los rumores vanos.
          Como un islote en junio,
          te ciñe el mar dorado
de las espigas que a la brisa ondean,
y canta sobre ti la alondra el canto
          de la cosecha.
Cuando baja en la lluvia el cielo al campo
baja también sobre la santa hierba
          donde la hoz no corta,
de tu rincón, ¡pobre corral de muertos!
y sienten en sus huesos el reclamo
          del riego de la vida.
Salvan tus cercas de mampuesto y barro
          las aladas semillas,
o te las llevan con piedad los pájaros,
y crecen escondidas amapolas,
clavelinas, magarzas, brezos, cardos,
          entre arrumbadas cruces,
no más que de las aves libres pasto.
Cavan tan sólo en tu maleza brava,
          corral sagrado,
para de un alma que sufrió en el mundo
          sembrar el grano;
          ¡luego sobre esa siembra
          barbecho largo!
Cerca de ti el camino de los vivos,
no como tú, con tapias, no cercado,
          por donde van y vienen,
          ya riendo o llorando,
rompiendo con sus risas o sus lloros
el silencio inmortal de tu cercado.
Después que lento el sol tomó ya tierra,
          y sube al cielo el páramo
          a la hora del recuerdo,
al toque de oraciones y descanso,
          la tosca cruz de piedra
          de tus tapias de barro
queda, como un guardián que nunca duerme,
de la campiña el sueño vigilando.
No hay cruz sobre la iglesia de los vivos,
en torno de la cual duerme el poblado;
la cruz, cual perro fiel, ampara el sueño
de los muertos al cielo acorralados.
¡Y desde el cielo de la noche, Cristo,
          el Pastor Soberano,
con infinitos ojos centelleantes,
recuenta las ovejas del rebaño!
¡Pobre corral de muertos entre tapias
hechas del mismo barro,
sólo una cruz distingue tu destino
en la desierta soledad del campo!



Salamanca, II, I, 1913



MIGUEL DE UNAMUNO






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