El iris de las alas bajo el manto;
en la pálida sien, lauro y encina,
rubor de rosa y de púrpura de espina...
Rompió a cantar, y nadie oyó su canto.
Vagó por los infiernos del espanto
y ascendió por la escala diamantina;
llevó hasta el mar la planta peregrina,
se echó a llorar, y el mar bebió su llanto.
Volvió una noche ungido por la luna.
De las almas de ayer, no vio ninguna
al serafín, bajo el disfraz, del hombre.
Cruzó frente al humano desconcierto,
y se perdió en las dunas del desierto,
y no dijo su patria ni su nombre.
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