Naciste en la ciudad
más industrial de América
Latina, en sus afueras
que te han hecho arisca
y alérgica al domingo,
enfrente de los prados
que cruzan los obreros
con sus viandas,
callados por el frío,
para alcanzar el metro.
Cuando llegó el momento
de caminar con ellos
codo a codo, el prado
tuvo otra forma, otra
distancia de tus ojos.
Naciste en los suburbios
de Sao Paulo, ciudad
que yo postergo siempre.
Iré a Sao Paulo un día
a devolverte algo.
Naciste la mayor
de tus hermanos, fuiste
mayor toda la vida,
también mayor que yo,
que nunca di una orden,
y aunque fui siempre más
maduro que mis años,
es más riesgoso ser
mayor que ser maduro;
maduro es ser gradual,
como se ve en los frutos,
en que les va mejor
a los que no les llega
el sol directamente,
sino la resolana.
Y me curtí despacio,
no tuve crisis místicas,
por eso me costó
orientarme, saber
que sombra era la mía,
tú en cambio, que naciste
en la ciudad milagro
de América Latina,
pisaste realidad
más fuerte y más temprano.
A nuestro arribo aquí,
tú en julio del sesenta
y nueve y yo en diciembre,
yo era un adolescente,
tú estabas ya casada,
y en la ciudad de México
te habrás mudado veinte
veces, nunca te hallaste,
tal vez ni lo quisiste,
no es fácil arraigar
aquí, pocos lo hacen,
yo me arraigué a los libros
y comencé a escribir,
que es como dar por hecho
que nada es reversible,
tú en cambio, que no escribes,
que lo mejor que haces
es bailar, que bailando
es cómo te reencuentras,
no das por hecho nada,
por eso te resistes,
esperas un milagro,
vives al día por dentro
para que la que eres
sea igual a la que fuiste.
Ésa es tu terquedad
y tu sabiduría:
no reflejarte en nada,
dejar que todo fluya,
ser sólo lo que eres,
pues no naciste para
hallar una palabra
sino para extenderte,
tan sólo quieres ser
fiel a las orillas,
los grumos te hacen daño,
peligras en las pausas,
es la continuidad
tu fuerte, los tejidos
y tejes como bailas.
No he dominado nada
tuyo, nada de ti
se me ha rendido, estás
como te conocí,
y si te doy la mano
o te rodeo con ella
la cintura, me cuesta
todavía acoplarme
a tu temperatura,
porque te temo aún.
Vienes de una ciudad
febril como me gustan,
sin pausas y sin cielo,
una ciudad que no
descansa de su angustia,
iré a Sao Paulo un día
a devolverte algo,
tu nombre Etelvina,
tu nombre de suburbio
en medio de los prados,
e iremos por tus calles
y plazas preferidas,
tus esquinas secretas,
iremos por los aires
del aire que recuerdas.
De: De lunes todo el año
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