El cocodrilo avanza presuroso
en el espejo lóbrego del río,
el tiburón hace brillar su aleta
en esa tarde larga,
de la que fueron desterradas,
por siempre, las estrellas,
la luna sucia se destruye
en este mar de pronto inmóvil,
cuerpo de sal, de fango y de ceniza.
Todo lo que recuerdo,
lo que consigo aquí, como amanuense
ciego que da razón de lo que ha visto,
¿fue soñado o mentira? ¿Dónde vi yo
esa mano? ¿Acaso la soñé? Esa luz
de la tarde, esa luz, precisamente
ésa, la luz de aquel foco
en la escuela nocturna,
la luz de ese foco moribundo
cuando el viento era frío y era otoño,
esa tarde en que avanzaba
hacia la casa en sombras y sin gente,
esa luz recordada, ¿llega
hasta mí desde la infancia?
Pues cuando sueño el mineral,
¿qué sueño? Tan sólo
me apresuro a soñar el polvo que seré.
Mi mano está llena de herrumbre,
tiene artritis y frío.
El caos que la música desata,
¿soy yo también?
Pesadilla y tiniebla. Soy un resto
de carne entre los dientes implacables
de una fiera que sueña.
***
Como si entrara por una puerta
de mármol o cristal de roca.
Como si el quicio de esa puerta
estuviera abatido. Como si los umbrales
fueran de aire y nada más que de aire.
Como si el aire fuera espejo vano
o un cristal sombrío. Como si el dintel
no fuera punto de salida,
sino un espacio lúbrico de encuentros.
Como si ahí, contra el viento,
se abatieran las hojas de la puerta.
¿Abro los ojos o abro la puerta?
¿Hacia dónde se abren los ojos
de la puerta? La puerta son los ojos
y me hundo en el sueño. Sueño
este sueño duro del diamante.
De: Las cuatro estaciones
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