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palabra virtual

Carmen Alardín    
    Editora del fonograma:    
    Voz Viva de México    
por Carmen Alardín    

    Este poema forma parte del acervo de la audiovideoteca
    de Palabra Virtual

Y siempre habrá una vez...


Te mataré sin tañer las campanas
y sin doblar los goznes del insomnio.
Te mataré sin la espada de Damocles,
ni los principios de Arquímedes.
Sin votos académicos ni juramentos falsos;
casi sin zapatillas de charol...
Sin la cita del toro entre la arena...
Nada más por el gusto de matarte.

Sin mencionar los santos óleos.
Sin el menor indicio de crueldad.

Te mataré como se poda un árbol;
con el ritmo metálico del hacha;
porque un árbol se poda algunas veces
para lograr el triunfo de lo escueto
bajo las lunas áridas de invierno.
Otras veces se poda porque le sobra tiempo,
o porque trata de alcanzar el cielo.

Sólo por el placer de introducir tu alma al azul infinito,
yo tendré que matarte.

Te mataré sin afilar la punta de los lápices;
aunque me guste tanto dar vueltas al sacapuntas
hasta caer al suelo sin aliento.

Sin vestirme de azul para la fiesta
ni alquilar ningún coche deportivo;
llegaré nada más para matarte.

Sin que el círculo ambiguo de tu aliento tenga tiempo siquiera
de atraer a los buitres y a los cuervos.

Te mataré sin recordarte
que siempre has sido un templo del Espíritu Santo.
No vayas a pensar que esto lo digo
por ser noche de sábado,
ni por haber reñido en un burdel
o beber demasiado.
Lo digo porque aguardo en la escalera,
porque acecho debajo de las gradas
a que atravieses el portal.

He de matarte sin dañar siquiera
tus pensamientos constructivos;
sin asaltar tu oscura fortaleza
ni violar tus principios altamente ejemplares.
Sin vender la noticia a los periódicos
para que aumente el número de anécdotas
en la página roja.

Te mataré con sobrios afanes metafísicos;
con intención de dar vuelta al destino
y ponerlo a mirar la eternidad.

“Pero no somos dueños del destino...”,
sé que replicarás. Mas ya no escucharé; porque en esos momentos,
empezaré a estrellar tu frente
contra el mosaico gris de la escalera.
Y nadie acudirá.

Tú pedirás auxilio a los cuatro elementos,
y hacia los cuatro puntos cardinales;
implorarás ayuda en nombre de las cuatro estaciones
o pensando en que lleguen los jinetes
desde el fondo de aquel apocalipsis.

¡Qué rueguen por nosotros pecadores, porque o porque no!
No estarán siquiera los bomberos para calmar
la hoguera que formamos bajo la luna de septiembre
Te mataré sin reparar la honra
y a destiempo quizá.

Pero lo haré para que ya no digas
que sigo siendo víctima del modo
como pronuncias las vocales.

Te mataré sin refugiarme en las tinieblas;
no ahora, por supuesto,
dentro de unos instantes, cuando llegues.

Todo se hará sin derramar la sangre
por tu tina de baño, ni borrar estas huellas digitales
(con que apenas ayer te acariciaba).

Te mataré sin carteles publicitarios
ni desplegados comerciales.
Sin consultar a los agentes de viaje,
ni a las rutas aéreas,
sobre los sitios donde tú estuviste
para matar mi amor.

Te mataré con lujo de detalles
y sacramentos terrenales.
Con toda la nostalgia del infierno,
y aún con el decreto inexplicable
de nuestro arcángel Rafael.

Con maitines discretos y alevosos,
y hasta con la denuncia de los loros.

Con tapones de cera en los oídos
para no enternecerme con tus ruegos.
...volverás a gritar inútilmente,
porque así, ya sin sueños, casi en frío,
como la piedra en bruto de un museo,
golpearé tu cabeza contra el muro
del primer entresuelo; y entonces...
Ya sabré lo que callabas al decir otra cosa.

Y no convocaré ya más tu imagen al cruzar por los mares
(Solamente los golpes de tu cráneo traspasarán mi amor)
y el aire seguirá trazando círculos alrededor de tu cabeza;
antes de que las hormigas se percaten (de tu inmortalidad).

Y así te quedarás por un momento, sin mover ni los párpados.
(Mientras se desintegra tu cerebro en los primeros seis minutos).
Y tu reloj continuará latiendo mientras tú te congelas.
(Mientras en el trascurso de una hora, tu miocardio está roto),

(y después pasarán otras dos horas mientras se pudren tus riñones),
pero tu nombre seguirá vigente en el archivo del Seguro Social.
Después, te borrarán de todas partes (con excepción tal vez de
                    aquel recodo del camino donde aprendiste a conducir).

Te mataré para que ya no sigas trabajando sin tregua.
Para que nunca sepas lo que fui.
Para que los amigos se desdigan,
si acaso alguna vez te maldijeron.
...y siempre habrá una vez,
(como en los cuentos),
en que al hojear un libro policiaco,
donde tal vez guardabas sin abrir esta carta,
correrás a cerrar todas las puertas
sin mirar hacia atrás.



De: Entreacto



CARMEN ALARDÍN






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