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palabra virtual

Fernando Sánchez Mayans    
    Editora del fonograma:    
    Voz Viva de México. UNAM    
por Fernando Sánchez Mayans    

    Este poema forma parte del acervo de la audiovideoteca
    de Palabra Virtual

New York ticket para el muchacho


Como elevada llama de amor
va el adolescente
al encuentro de una sola esperanza.

Viene de la belleza para encender la noche
cuando el hombre es un aprendiz de caminante
y tiene algo de paso solitario entre las ruinas.

Enarbola un seno o una bandera.
Por sus ojos abiertos llaga llega
ese gran corazón navío desangrando el aceite
y el compañero viento lo saluda
mientras juega entre alas de palabras en gringo.
Voces jazz silbatos pasos!
Sale soñando para entrar a la época
de los puertos enormes. De prisiones altísimas.

Sonámbulo va por los muelles secretos.
Ni la oscuridad conturba su silencio.
Pura es la voz de la carga y descarga.
Limpios los ojos que se miran de noche.
En el rostro un asombro fantasma
y una máscara triste para el frío.
¡Escaparates sexo hedor!

¿Cómo será esa alcoba para mirar el río?
Llena de whisky olorosa a tabaco sedosamente sucia
tan extensa que llega hasta los bares
con su mullido lecho.

Broadway con su hipócrita luz fantástica
maquillada para el espectáculo
crucifica con su cruz deslumbrante
igual los genitales que los labios.
Su único milagro son las ambigüedades.

Alguien que es como una sombra de sí misma
corre al encuentro sexual para alcanzar su estrella.
A veces es una misma búsqueda encontrada
en la piel desolada de una rosa de espejos.
Primero termina el sueño que ese gran edificio.
Voces jazz silbatos pasos!

Por una puerta abierta como una mano
el estrépito derrumba el goce melancólico
de un piano somnoliento.
Apenas la melodía nada. Nada.
La música dibuja idilios entre confusas sombras
contra otras sombras blancas
que se vuelven estatuas
y no se quedan quietas.

Las lenguas tienen fuego de rencor y de hambre.
Suben y bajan por todas las paredes altísimas.
Ávidas. Sonrientes. Etéreas y lejanas
hasta alcanzar a dividir los cuerpos
rojos verdes amarillos lindos.
Así como los muslos. También los corazones.
Taxis. Taxis. Taxis!

El metro rechina se arremolina trina.
Con estertores roncos huye despavorido
ante las multitudes que lo excitan.
Como un toro furioso brama de competencia
entre los basureros de túneles espectros
que palpitan oscuros y eructan de pobreza.
Es un dolor inmenso su llegada.
Es un dolor inmenso su salida.

Lo ves. No pasa nada.
Ese borracho duerme hace cuarenta años.
De tanto que ha soñado hay quien vende sus sueños.

La muerte tiene algo de intelectual
en este gran jadeo. En este gran jaleo.
Prefiere para hacer el amor
algún pent-house del poeta de la actriz
del millonario turbio
de la vieja insolente del limousine enorme
que tiene más diamantes que la tierra.

Escondida la noche en algunas esquinas
vestida para el acoplamiento de los sueños
lenta se hunde en la ciudad
como un puñal relampagueante que se robó en el West
donde vagan los grandes señores del olvido.

El miedo es el goce sensual de Central Park.
Lee en las bibliotecas
mira en los museos
recorre goloso Tifany
compra en todas las tiendas
implora en San Patricio
se fastidia en la Quinta
se asombra entre los Claustros
vomita en las discotecas
y se desnuda entero allá por Greenwiche Village.
En los ojos abiertos de un pequeño muchacho
queda lleno de gracia.

Cuando el reloj del Gran Central
le anuncia la partida de caza
no sabe de dónde viene
ignora a dónde va.

O si su misma sombra ya le fue arrebatada
en el magnífico edificio del East desesperado
a la orilla del río que estrangula a Manhattan.



De: La palabra callada (1951-1988)



FERNANDO SÁNCHEZ MAYANS






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