En el desván, muy solo, sombríamente
solo de un sonoro silencio circuido,
el violín empolvado sueña y duerme,
Sin el dulce consuelo de un sonido…
Ha mucho que las manos milagrosas
Del virtuoso exquisito ya no existen.
Y él se ha quedado así, afluado y firme.
Dulce y solo. Esperando…
Se ha llenado allá arriba de formas y
El virtuoso no viene, y es la génesis larga
Y angustiosa y sombría…
Y tiene tantos sueños, tantas ansías,
De cantar, de sonar, de ser herido,
En el desván, muy solo, sombríamente solo
De un sonoro silencio circuido…
Al fin, una mañana, las manos de su dueño
Descarnadas y frías, han preludiado un himno;
Y el violín milagroso, de su sueño despierta,
Su torrente de notas ha vertido,
Bajo las manos trágicas del muerto;
Y el desván tuvo entonces mariposas y nidos…
Pero, fue sólo un sueño…
Nada… El mismo silencio…
El desván empolvado, sin un solo sonido…
Y entonces el suicida tetraconde, se ha abierto
Las sonoras entrañas con el arco maldito…
Esperando la gloria de sonar y estar muerto,
Bajo las mano frías del Virtuoso Infinito.
Publicado en El Imparcial, 1923
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