Como precaria concesión
Dios te otorga su poder,
y tu rostro versátil
que según antiguas normas
por azar y por accidente
debe excitar pasiones,
absorber tinieblas
y dar luz y vida activa
a nuestro caos secreto,
nada retendrá consigo
dialogando con un libro que no lee,
con una calavera, escuchando
las brujas que anticipan el final;
qué podría llevarse esa máscara
si todo lo que anima es presente
y queda en nosotros, nos implica,
y habrá de serlo, presente ya
en la mímica de tus viejos hermanos.
Es un destino, lo conoces,
y no cuentas los días
ni ves los resultados;
lo conocerás mejor
cuando tu grandeza inconsistente
sea una certidumbre fúnebre,
y estirando las piernas, parándonos,
te pidamos tu imagen, la concreta,
pidiendo que versos y gestos
te estrangulen: quien es mucho en uno
ha de ser también el cadáver de esos muchos.
Solamente quedará el viento,
la limpieza del viento arrastrando
veladas de incestos y venganzas,
y un espantapájaros
ojos vidriosos, lengua dorada
que se aferra, loco, a su palo.
De: La penitencia y el mérito
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