Sobre el azar alzaba su cabello
súbito resplandor, y en avaricia alucinante
hendía el porvenir como regresa el héroe,
después de la batalla, dando al escudo sones de cansancio.
Órbita del asombro, su mirar
ornaba el viento fervoroso del sí antes de ser,
en el venal recinto de los labios, hoguera
sosegada por fácil devoción acrecentando escombros
Entonces de su pecho a indiferencia
las olas ascendían tristes cual la fidelidad,
a lo variable ajenas, pálidas frente al muro
en donde pétreos nombres revivían hazañas olvidadas.
Muchos cruzaron la tormenta, muchos
amanecían a su lado: azufre victorioso
en inmortal historia acontecido, bestias
rendidas para siempre al usurpar la cima del asedio.
Acaso la soberbia apaciguaba
el deplorable aliento entre la noche, la agonía
abriendo en dos las aguas del orden sometido
a la heredad polvosa, casi pavor análogo a la duda.
Pero, sierpe segada, ebria de orgullo
hería la avidez como si estar desnuda fuera
perenne despojarse del pecado mortal,
iluminada al ver el júbilo opacando el movimiento.
Inmóvil a la orilla del torrente,
yo era el aprendiz de la violencia, el sorprendido
olivo y el laurel mudable, porque a solas
solía renacer cuando salía del aquel inmundo cuarto.
Despierta Débora en ocaso o eclipse
erguido, ondea ahora hablando a media voz, por fin
inmune al implacable sudor fluyendo en sed
para el sediento o cólera labrada en el antiguo ariete.
Perdida entre la gente, derrotado
color en la penumbra, suelta el esquife hacia la nada,
mas su imagen un cántico profiere, brisa o trueno
pretérito sonando en el solar airado del cautivo.
De: Palabras en reposo
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