En mi aposento tengo un prisionero
que no soy yo,
que no eres tú,
que no es aquel que nos rompió los huesos
por fabricar collares.
En mi aposento tengo un prisionero
que galopa en mis sienes
y que me hace sudar, callar o blasfemar;
y sin embargo tengo que clavarlo
cada día de los pies y de las manos,
de los rotos harapos que aún le quedan;
pues se que cuando escape
volando a lo intangible,
ya no estaremos tú ni yo,
ni aquel con quien tú sueñas
y al que impregno de polvo sideral.
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