Venimos de las islas.
Muchos días de agua, muchas noches de espuma,
muchos cantos de adioses lanzados a las olas,
muchos rostros queridos desvaneciéndose debajo del agua.
Ya está la tierra bajo nuestros pies. Somos jóvenes, niños,
somos mujeres y hombres,
borrachos de mar, quemados de mar, hastiados de grandes visiones, de abuelos gigantes con bastones de fuego que surgen de la espuma y cabalgan la ola y juegan con el sol y muerden el arco plateado de la luna.
A cien noches quedó la playa en que nacimos,
pero aquí están las aguas, y dicen lo mismo al romperse en la orilla.
El mar del reino nuevo sabe cantar los cantos de la infancia.
Y detrás de la arena está el llano,
detrás del llano las amuralladas montañas,
y sobre las montañas hay un confín de tierra blanca
en cuyo aire se congelan los pájaros.
El sol ha cambiado mi raza, la luna ha cambiado mi alma,
el mar ha cambiado la fuerza de mis palabras,
la distancia ha cambiado mi historia.
Pronto no habré nacido de padres isleños,
muy pronto seré el hijo del mar y del sol,
del plateado pez que se arquea en la onda
y del liviano pájaro que sigue las curvas del viento.
Sobre la ola salada las largas embarcaciones,
sobre las embarcaciones los incansables remeros,
remando hacia la muerte, hacia la hora extenuada.
Después de días en el mar, las canciones tienen forma de peces,
los deseos tienen forma de abismos,
y sólo las estrellas nos alivian con la certeza
de que existe algo más que agua siempre idéntica.
Después de los largos caminos ya no es un consuelo llegar,
pero después del mar todo adversario parece pequeño.
Seremos todos reyes de estos encadenados litorales,
y tendremos el mar a los pies, tributando día y noche,
hasta que nos devuelva en esplendor la alegría que nos ha robado,
los bellos muertos que le dimos, los gritos que arrancó de nuestros labios.
De: El país del viento
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