El gusano, gusano
pequeño, pequeño acordeón
de la flor y del tallo, de la rama y la hoja,
dueño de su jardín,
bajo el cielo cubierto de rosadas mejillas.
Bajo el fino temblor de las estrellas,
repercutía,
hijo de la ignición y el viento,
nada interrogaba. ¿Para qué?
Dueño de su jardín,
de la flor y del tallo, de la rama y la hoja.
Yo, la rosa
que matizo tus sueños de mi color.
Yo, el árbol, casa y dosel
plantado por las manos de tus padres,
con sólidos cimientos.
Yo, el río, tu hermano de plata
mayor, a lo lejos corriendo, saltando.
¡Oh, cuando yo sea río!
Yo colibrí,
bisturí del aire, bisturí
haciendo trasfusiones de néctar a las flores.
Yo, abeja de oro y miel,
del horno de la rosa
transporto a mis hangares dulces para ustedes.
Yo, el humo, tu hermano vertical
del cielo y la nube.
¡Oh, si yo fuera nube!
Yo, salamandra
que quiebro el sol
en fragmentos de loza.
Yo, el tordo
que salta de la pared al nopal
y, lo sabe el pastor,
que puedo ser uno y ser mil.
Yo, la sierpe, yo el reptil
del odio y de la muerte
que acecho en las sombras
y al despertar de tu sueño, ya no existo.
Yo, el mar que te rodea,
yo, el mar de arena gris,
que barro las pisadas
de los que pisan y pasan.
Yo el mar de tu jardín.
¡Ay, gusano, ay jardín,
de la flor y del tallo, de la rama y la hoja,
que nunca fue nube
que nunca fue río;
sólo fue, sólo fue
pendiente de la rama y de la hoja,
una bolsa de lino de los puertos aéreos,
para marcar la dirección del viento.
De: Poemas dispersos
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