Y esta mirada que se queda en las cosas
como en su hogar, ¡poeta!
¡Y este decirlo todo!
¿no lo tendremos qué pagar...?.
La arena por entre los dedos
nos deja su tesoro ya,
el correr del agua, nos cuenta
la leyenda de la verdad.
Hasta el dolor rezuma
extraña y orgullosa felicidad
cuando, volviéndolo palabra,
se le estruja en el paladar.
Después de tanta luz vivida,
¿vamos a merecer aún más?,
Tú, Padre de toda esperanza,
¡déjame creer que así será!,
que este olfateo entre las horas
es aprendiz de eternidad;
que la mano que palpa al mundo,
apretará la otra verdad.
En la calle, entre tanto olvido,
tanta muda entrega final,
con mis pupilas, me pregunto
si todo se me ha dado acá;
si cobro la lejana deuda
en calderilla de cantar,
si hasta la fe no está ventándose
con tanta voz que viene y va.
Pero algo sí aprendí, una cosa,
tiene más cosa atrás y atrás.
Dios, ya que sé que nada acaba,
déjame en más vida esperar.
De: Enseñanzas de la edad. Poesía 1945-1970
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