Era la ciudad de jaime gil
era el solsticio,
su nocturna impaciencia
quien extendía
un incendio de hogueras prevenidas
por la cima vegetal de las terrazas
eran brasa san juan y nuestros cuerpos,
era la tarde
en que ardían felices multitudes,
ríos de cobre,
jóvenes de espuma,
por el orgullo claro de las calles
era la noche alzada
a todos los deseos
y en ellos tú, cuando al filo
de la herida
ofreciste jugar a los decires,
arrastrar nuestros nombres,
nuestros labios,
sobre carnales atlas,
sobre tibias y escritas epidermis
de cráteres y nácar
era tu juego
arder en la demora
atarazanas
y soñaba tu mano el equilibrio,
derivas del timón entre las aguas
besalú dije, y eran cauce
los arcos de tu pecho
a un torrente caudal y desatado
canigó, y emprendían
los labios su escalada
hacia alturas de llamas, de ceniza
ansiaban nuestras bocas
los volcanes, la nieve derramada
al alba,
gastados ya los mapas
y el deseo, tu boca terminó
su búsqueda de huecos, de frescas alamedas
en aquellos quemados territorios
apenas luz remota,
cuando el día y las sábanas hallaron
litorales, desnudos, solitarios,
los maculados cuerpos
y desnudos salimos al balcón
porque el mar de los dos nos conociera,
quisimos que guardara por siempre aquel instante,
aquella fiebre
que aún ahora gozo todavía
(sí, os amo todavía
barcinos años,
piadoso fuego, calles de aventura,
amanecido tiempo de prodigios).
De: Salvo de ti
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