Más allá de la noche que titila en la infancia,
más allá incluso de mi primer recuerdo.
Está Lola —mi madre— frente a un escaparate,
empolvándose el rostro y arreglándose el pelo.
Tiene ya treinta años de ser hermosa y fuerte
y está enamorada de Joaquín Pablo —mi viejo—
No sabe que en su vientre me oculto para cuando
necesite su fuerte vida la fuerza de la mía.
Más allá de estas lágrimas que corren en mi cara,
de su dolor inmenso como una puñalada
está Lola —la muerta— aún vibrante y viva
sentada en un balcón mirando los luceros
cuando la brisa de la ciénaga le desarregla
el pelo y ella se lo vuelve a peinar
con algo de pereza y placer concertados.
Más allá de este instante que pasó y que no vuelve
estoy oculto yo en el fluir de un tiempo
que me lleva muy lejos y que ahora presiento.
Más allá de este verso que me mata en secreto
está la vejez —la muerte— el tiempo inacabable
cuando los dos recuerdos: el de mi madre y el mío
sean sólo un recuerdo solo: este verso.
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