recuerdo los trigos azules que plantaste,
las habas de moño blanco,
los nardos, de rosada lengua,
las estrellas que acompasaron tu paso cuando arabas por
las noches. Tú, el arado, los bueyes, siempre llevaban
pájaros en la espalda y en la frente; el grupo avanzaba,
descomunal, bajo las enormes estrellas que dejaban en el
suelo una mancha blanca y una mancha negra.
Las siembras crecían rápidamente.
En pocas horas, los trigos tenían ramas y unas flores rojas y
azules como fuegos, todas en la misma rama; el haba daba
su pastilla negra y su mosquitero blanco; el nardo erguía la
nevada vara todo colmada de sexuales lenguas.
Tu siembra era fugitiva y eficaz.
Y así volvías a la oscura casa.
Y veía cómo te quitabas la capelina que te protegía de la luna,
y el mantón de paja.
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