Para que la incisiva lontananza retornara
a siestas de adoquines y encontrase de mis ojos
aquellos acuosos asilos de jazmín y bandoneón. Allá,
en la madrenuestra calle que enfocó al firmamento
a través del tajo de un muro abatido. Donde toman
todavía sales extranjeras los días sin vivaces
sustancias ni pulmones trotamundos, allá sigo
viéndote, esquina del otro lugar, portuaria
inquisidora, llamándome, muda y pertinaz.
Para comprar de nuevo la postal isleña
en el arcaico comercio ahora olvidado,
y escribir un saludo alado a la no respuesta,
he vuelto a la vereda de líneas telefónicas
cual árboles camufladas. Si llamo a las hojas,
están ocupadas por aves que unen trinos con timbres
de bicicletas que abandonó el verano.
Para rotar aquellas ruedas, para enruedarme
con el tráfico de recuerdos polizones de los patios,
traigo esta pequeña luz, que anda de puntillas
entre persianas y escalones, aeronaves, azucenas,
termómetros despistados, buzones, azules escarabajos.
Esta luz que sólo es tiempo encendido
y que piensa en ti, en tu mejor fortuna
cuando evoques el mañana.
Héctor Rosales
Barcelona, 12.2005
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