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Amiga, mira al dios...

Amiga, mira al dios inanimado sin nosotros. Eras tú, era yo quien revestidos de su forma la movíamos, el dios no tiene rostro. Iremos de la mano ante su faz de sombra y estaremos allí hablándole a una máscara. Sabremos que de nosotros dos nacía su violento prestigio, que detrás del temblor éramos aún amigos, que entre hermanos hacíamos hablar al no fraterno dios. Y le haremos ofrenda, sabiendo bien que cada vez que cae esa ardorosa sombra que cambia la mirada, es él quien nuevamente surge entre nosotros, sagrado simulacro, divino ilusionista danzando por los bordes, ropaje nuestro de fulgor que no nos pertenece. Porque ¿Cómo sin él tu y yo retrocederíamos el paso necesario para hablar con su máscara, para dar un rostro a su peso vacío? Y sabemos también qué precio da a nuestros coloquios, qué tibieza a las manos enlazadas la máscara distante de borrado rostro y la burla cruel de su mirada ausente.



9 de la serie: Algunas piedras de un collar del dios


TOMÁS SEGOVIA




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