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Sonetos (170, 172, 174)

De amor, puesto antes en sujeto indigno, es enmienda blasonar del arrepentimiento


Cuando mi error y tu vileza veo,
contemplo, Silvio, de mi amor errado,
cuán grave es la malicia del pecado,
cuán violenta la fuerza de un deseo.

A mi mesma memoria apenas creo
que pudiese caber en mi cuidado
la última línea de lo despreciado,
el término final de un mal empleo.

Yo bien quisiera, cuando llego a verte,
viendo mi infame amor poder negarlo;
mas luego la razón justa me advierte

que sólo se remedia en publicarlo;
porque del gran delito de quererte
sólo es bastante pena confesarlo.



Efecto muy penoso de amor, y que no por grandes se igualan con las prendas de quien le causa


Con el dolor de la mortal herida,
de un agravio de amor me lamentaba,
y por ver si la muerte se llegaba
procuraba que fuese más crecida.

Toda en el mal el alma divertida,
pena por pena su dolor sumaba,
y en cada circunstancia ponderaba
que sobraban mil muertes a una vida.

Y cuando, al golpe de uno y otro tiro
rendido el corazón, daba penoso
señas de dar el último suspiro,

no sé con qué destino prodigioso
volví en mi acuerdo y dije: —¿Qué me admiro?
¿Quién en amor ha sido más dichoso?



Sólo con aguda ingeniosidad esfuerza el dictamen de que sea la ausencia mayor mal que los celos


El ausente, el celoso, se provoca,
aquél con sentimiento, éste con ira;
presume éste la ofensa que no mira
y siente aquél la realidad que toca.

Éste templa tal vez su furia loca
cuando el discurso en su favor delira;
y sin intermisión aquél suspira,
pues nada a su dolor la fuerza apoca.

Éste aflige dudoso su paciencia
y aquél padece ciertos sus desvelos;
éste al dolor opone resistencia,

aquél, sin ella, sufre desconsuelos:;
y si es pena de daño, al fin, la ausencia,
luego es mayor tormento que los celos.



SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ




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