Entre todo lo que leemos
sólo subsiste un «oh».
Así también en Conrad.
He mirado a través de cientos
de ventanas
y no he visto.
Ciego, palpo como una hormiga.
Alcanzado el mayor refinamiento
la fuerza última es sólo debilidad.
Hemos sido derrotados por el saber.
El ojo comediante hace un guiño
entre la tinta y el surplus
llamado horizonte.
La repetición de la realidad
hace avanzar la frente sobre la cabeza.
Sólo una forma de concentración
cuando se sabe lo que es.
El otro de toda lengua: adiós.
Al que ya era fragmento
nada se podía agregar,
sino sólo quitar
con picoteo neutro.
El rechazo,
la negación creadora
que disemina los cuerpos
en un vasto fiordo frío.
Ojo-témpano sin idioma.
Vítreo esplendeo sin forma.
El inextenso deleo,
calvo resilencio de furiosa
inactividad.
Sacar la cabeza en la cabeza
como una ventana hinchada
en la ventana.
La habitación azul con toscas hilanderas
disfrazadas de hijas de príncipe,
con sordos regazos espesados
por la inacción. Sordas cabezas reclinadas
en el denteo de luz,
allende el mar de limo
donde flota el cadáver reducido-
reductor. Cadáver de niño, de
inmagnus empotrado en el vitral,
intocado, sin solicitud.
Sol de hielo que ríe
en el rosetón quebrado de lHorloge,
arrancando hojas y rostros
de la pared,
harto de todo lo imposible
y enterrado anónimo en el humus,
gran boca azul de obseso
bañando los pies cosidos
al pavimento de otoño,
dominado por el sueño verdinegro
del arlequín.
Imposible sacar la cabeza
de la cabeza.
Porque los pies que nacen en los pies
no pertenecen a la lengua.
Ni a la locura, Conrad.
La hoja y la visión,
imposibles de diferenciar.
La luz de abajo del abismo arriba.
Cien paredes sin circularidad
rondando la esquina del periódico.
Nada está dicho
en lo dicho.
Cortada la oreja, cuelga el oído
entre el muro y el muro.
Sin cesación
y sin continuidad.
Los colores y los campos,
meras instancias de olvido,
allí decrecen o medran,
en el ciego laqueado de la pupila
recorrida por la uña.
Retirado en lo vivo
el ojo sin nombre, ojo vaciado
del ojo, rueda y ralla
entre la gota y la boca.
Los cabellos
ignorantes
avanzan con salvajismo
en la luz. ¡Oh luz!
Los paisajes corren al ritmo de los pies
y de las cabezas
como torsos que no terminasen
de ponerse un abrigo.
Un hormigueo recorre la madera,
el omnipresente hierro.
Los trenes pasan por la frente
con inmóvil aullido
y caen como soldaditos
los promisorios polybalbos
rechazados ellos también por lo imposible,
en el relato sin salida
lleno de ángulos, de toscas
ráfagas en el sueño de la niña,
sola en su sueño de la escalera,
sola como el que baja sin fin
escalón tras escalón,
paisaje tras paisaje.
No hay pausa ni lengua.
No hay reposo,
no hay signo.
Oh ojo dice. Pero el ojo
tampoco devuelve.
Comenzamos por este
no saber nada. O:
los grumos en las comisuras
de la boca, como un barco de vela
siempre por decir.
El nuevamente ¡gulp!
sin caída.
Desapareció la mano
y así
no pudo terminar.
No dijo. Cuando la oreja avanzaba.
«Oh».
De: Sils Maria
Poema seleccionado por el autor