Yo soy él, el mundo, el de eclipses y fulgores,
el inmenso, el pequeño.
Ha llegado la hora en que se guía el carruaje, en que se derriba el muro,
y sobre el agua en que transita el navío, el náufrago y el pez,
y sobre el Apocalipsis que serpentea con sus afilados dientes
de púrpura y arcilla,
la visión aparece como una calma inmutable, ni vencedor ni vencido,
amalgama violeta de voces y de gestos,
confusión de lenguas y horizontes,
temblor del bosque de la huída, el mirto se abre, y flota la ansiedad,
el hierro en la entraña de la tierra se hace aire en las alas transparentes
de un pájaro que dibuja el paisaje alucinante.
Todo parece tan simple, dijo un hombre,
cuando la visión se extiende hasta los crepúsculos dorados
de la noche sin la trinchera de la guerra,
sin el filo del hacha y sin la soga, sin el frío del cuchillo.
La noche de la danza de abejas y de lobos,
de la carne de la luna sobre la plata de la hoguera,
del descenso de la lluvia en el campo del jazmín y el abedul,
de la alucinante música del navío cuando viaja hacia el centro
de las aguas prometidas.
Yo el mundo, afligido y huérfano, giro el reloj y lo retengo
en la hora de la penúltima contienda y en la red de las palabras
que por un instante desata el nudo del lívido tejido.
Salve al hombre, la alquimia de las aguas,
La imperturbable piedra, el misterio del espejo y la pupila,
El canto que precede a la venida de los peces y los vinos.
Yo soy la invitada, la piedra de la encrucijada. La airada, la que aturde,
la siempre soñada en la voz que no redime, en el canto que tienta,
confunde
y ejecuta imperturbable el cruel mensaje de la trompeta
Y la terrible orden.
De un lugar a otro, desde la tienda en el frío campamento
hasta la resequedad del barro mezclado con el lamento de un jacinto
todo se mueve con el zumbido extraño de las abejas de la guerra.
Aquiétame, enmudece mi boca que brama con la espuma aniquilante
del estrépito,
detén la andanza de mi decrépita ceguera
la procesión de mi espalda jorobada.
Déjame dormir en lo profundo de los sueños.
Guíame a las azuladas estepas del abismo
al cristal avizor de los ojos de la tierra
a la entraña inescrutable del oasis del volcán y el espejismo.
De: Revista de Poesía Prometeo
Medellín, Colombia