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Paisaje sin células

                                        A D. J. J y a Federico García Lorca
                                        A aquellos cuya primera memoria no es vegetal








Este hombre admirable se recuerda a sí mismo, muchacho,
arrojando piedras en un estanque. En un estanque.


El otro hacía memoria y regresar era un huerto,
patio, higuera, una hacienda almenada de faldones
(las mujeres irradiaban la excelencia de las viejas estatuas).



Cuando aún quedaban cosas remotas este joven desdichado
partía el muelle con desgarro trasatlántico. Al fin halló la calma
hilvanando su angustia con los sabios lagartos de ciudades verticales.
Lo hizo dejando una mano en el pozo de la infancia.
Ayudaron las claves de las fuentes que un amigo le prestara.




Ella busca cada tarde la forma. En sudar se contenta.
Ella busca en los venerables la forma de entrar por el crepúsculo
a la mañana. Son los eléctricos avisos nunca iguales.
Y por eso cruza la calle de espaldas; y escucha. Espera.

Dicen: jilguero.                   No puede ver nada.
Se oye: olivo, trasmina, la rosa es más rosa
de puro y puro dorada.  
         Y del olivo, el aceite,
de la rosa, insólita fragancia,
hasta el almendro es un esfuerzo que precisa
nutritivas franquezas blancas.


No nos extrañemos. Antes de ver su primera gallina
ella cifraba la existencia en veintiocho deidades.

Sí, su niñez ya fábula de calles. Fábula.








De: Altar de los días parados


JULIETA VALERO




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