I
Dos paisajes: el uno soñado
y el otro vivido.
¡Cuán amarga, sin sueños, me fuera
la vida que vivo!
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Era un trozo de tierra jurdana
sin una alquería;
era un trozo de mundo sin ruido,
de mundo sin vida.
Era un campo tan solo, tan solo
como un cementerio,
donde más hondamente se sienten
los hondos silencios.
Madroñeras, lentiscos y jaras
helechos y piedras,
madreselvas, zarzales y brezos,
retamas escuetas...
¡La maraña revuelta y estéril
que viste los campos
cuando no los fecundan y riegan
sudores humanos!
No tenían trigales las lomas,
ni huertos las vegas,
ni sotillos las frescas umbrías,
ni árboles la sierra...
No tenían las rudas labores
cantores humanos,
ni el sabroso caer de las tardes
cantores alados.
No tenían ni puente el riachuelo,
ni torre la aldea,
ni alegría de vida sus grises
hórridas viviendas.
A sus puertas holgaban desnudos
niñitos hambrientos,
devorando sopores de muerte
de alma y del cuerpo.
Y unas ruines mujeres traían
de pueblos lejanos
miserables mendrugos mohosos
envueltos en trapos...
Y unos hombres huraños y entecos
la tierra arañaban
como ruines raposos sin presa
que el páramo escarban.
Y una sorda quietud imponente,
grabándolo todo,
sobre el muerto vivir descargaba
su losa de plomo...
II
Era un trozo de tierra jurdana
con una alquería:
era un trozo de mundo vibrante,
de ruidos de vida.
Era un campo de flores y frutos,
con hombres y pájaros,
con caricias de sol y aguas puras,
de limpios regatos.
Olivares azules que escalan
alegres laderas;
huertecillos con frutos de oro
que engríen las vegas.
Recortados, pequeños trigales;
minúsculos prados
alamedas pomposas y viñas,
sotos de castaños...
Y la sierra gentil, más arriba,
perdiendo asperezas...
¡sonriendo a medida que sube
la vida por ella!
Colmenares que zumban y labran,
palomares blancos,
majadillas que alegran las cuestas
sonoros rebaños...
Carboneras humosas que fingen
pequeños volcanes;
leñadores que cortan y cantan,
que llevan y traen...
¡La visión de los campos incultos
que ricos se tornan
si los baña del sol del trabajo
la luz creadora!
Y tenía ya puente el riachuelo,
y torre la aldea,
y alegría de vida sus blancas
y sanas viviendas.
Y del útil saber en un templo
limpio y diminuto,
y en el templo más grande y más sabio
del campo fecundo,
bando alegre de niños que un hombre
discreto guiaba,
la salud y la vida bebían
del cuerpo y del alma.
Y unas madres con leche en sus pechos,
y luz en la mente,
y en las caras morenas, dulzuras
y risas alegres,
amasaban el pan de los suyos,
rezaban, bullían,
gobernaban la casa cantando,
¡cantando la vida!
Y unos hombres briosos y cultos
labraban los campos
con la sana alegría que infunden
la paz y el trabajo.
Y flotaba en los aires el ritmo
gigante y oscuro
con que alienta la tierra fecunda
preñada de frutos.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
¡Dos paisajes! El uno soñado
y el otro vivido.
Del vivir al soñar, ¿hay distancia?
¡Pues amor cegará tal abismo!