De la semana escoge
algo
venido de lunes
con vaciedad atropellada.
Di que esa mañana
saliste a la calle buscando decir,
dejar de lado,
estallar con todos,
cargado de eso que fue y nunca acaba.
Martes lumínico,
crecido dentro,
vida de otros, ahora tuya.
Al salir,
imagina que no es martes,
ni México,
sino despertar
frente a escaparates,
descalzo, con las uñas rotas,
porque sí.
Miércoles que te toma un instante largo,
húmedo en la boca,
con luna que quiere ser clara
cuando lo demás es oscuro.
Jueves ya de amanecida
que empieza a vivir
su día de muertos
con un cuchillo.
Qué viernes nada,
qué viernes solo,
justo en el momento en que algo inicia:
multitud amanece indescriptible;
no de sí, no de nadie,
repetición frenética que alcanza paroxismo.
Silencio de luz incandesciendo,
vulva ensangrentada
que el corro no deja distinguir
porque hay baile
hoy sábado, de quién no.
Hablan a gritos necesidades con sofoco,
volantería de visceras
saltan la madeja crepuscular.
Múltiple domingo de semana acariciada
con ese sólo fin,
con ese sólo fin.
Quieren del yo
solamente y nada más,
sensación.
Quieren abandono.
Decir sí al no.
Volver de lejos.
Quieren espejo.
Distancia de espejo:
que hablen los muertos.
Que se masturbe magistralmente el pasado,
que el lunes advenga
como si no, igual al viernes.
Justo instante que comienza
con un chillido,
que parte de tu desprender el yo;
amanece y anochece.
Ruidoso silencio milenario.
Así es México.
Y nadie podrá decir nunca
cuándo ni cómo;
no podrá decir: mío.
Como un enjambre adhiere,
haz de viento y carcajada,
soplo que ondula el lago,
brillo imaginado,
centella cegadora;
todo para imaginar: Aztlán.
Nada existe sobre sus aguas.
Porque sus aguas no existen.
Quien cierre el puño
aprehenderá sólo cenizas.
Un sonido distante que embarcado llama.
Quien crea volveráse incrédulo
y quien material haráse humo,
invocación de dioses.
Nada de lo que es, será.
Otros reinarán y serán decapitados.
Pero no vencerán.
No vencerán,
porque nada es posible, aquí.
Cuanto es borroso es claro.
Cuanto es umbrío resplandece.
Quinientos años aprendiendo a morir.
Hay que empezar a vivir, matando.
Despierta esa mañana,
sin cólera,
pensando que hoy
no es día de muertos
sino de vivos múltiples,
eminentemente dispuestos a la vida.
Voz del día, sin semana o mes.
Tiempo hecho para vencer el sueño,
su peso mortal de viejo calendario.
Octubre ya no es octubre.
Noviembre ya no es el mes de los muertos.
Pronto, diciembre sólo será
un cambio de estación.
Porque habrá llegado la primavera.
De: Patria prometida