El coloso en fragmentos me desgarra.
La tortura se mantiene en pie.
René Char
Cobijo tu cuerpo en mis manos,
entre rayos de sudor, desfallecido.
La ruina de la belleza (¿querida fealdad?)
es que siempre retorna a si misma.
¿En qué punto extremo de tu amor
brota la renuncia a la insensatez?
Un cuerpo desamparado me insulta
con su humanidad fuera de lugar
Escombros que se acusan entre si
por el despreciable vértigo alcanzado.
Avaricia de formas con que osar
el centelleo de mil voces trepidando
en sacrificio, como si la noche, oculta
en la fortuna de cada habla desventrada
fuese la llaga deífica, sol o cenizas.
Evanescente como estás, me abisma
seguir leyendo un torrente de páginas
en la piel blanca y deshecha de sentido,
abismo que es el centro de la angustia,
hortaliza victimada por la consagración.
¿Es la memoria un cínico abuso del dolor?
¿De qué está hecha la tragedia de la belleza?
Tambor de voces, relato de gozos, luz
faltante sobre el escenario en ruinas.
Placer de caídas que nos alimentan.
Designio, veneno o ruego de plagas.
Sé que te pierdo ahora, en mis brazos
no tengo sino el fulgor de tu muerte.
Lo que dejo de ser se tritura a si mismo,
suplicio que acentúa la miseria humana.
indicios de pérdida albergan disfraces.
¿De qué muere algo muy dentro de nosotros?
Anuncio y sigilo, odio y amor, pequeña
o gran muerte, en intervalos o no.
Cómo dolía en ti el verbo imposible,
conjugar el dolor en vicios de lenguaje,
rehacerte lacerando tiempo y espacio.
No quiero que mueras en pedazos.
El vacío es húmedo, colmado de sí mismo.
Dios no muere de odio. Menos aún
se agota el hombre en su orgullo.
La refutación de la muerte está en su dolor,
como la negación de lo que nos contradice.
¿De qué mueres? Todos sabemos de la bala
que tu cuerpo recibió en mi lugar.
Odio o aprobación, lo anunciado se dio.
Desnuda y linda como estás, ahora muerta,
odio perseguido por el azar, gólgota
ajustándose a nuevas formas de éxtasis,
no veo sino tu cuerpo, inactivo
en la oscuridad que lo ilumina, chorro
de brea en la viscosa lámpara del destino.
"¿Qué hubo?", preguntarían, sin duda.
Muerta a tiros cuando al entrar
en una farmacia, nos encontramos
con ese "¡al suelo!", y mi negativa.
Traducción de Jorge Ariel Madrazo
ABUSO DA VERTIGEM
O colosso de fragmentos me lacera. Em pé se atura a tortura.
René Char
Tomo teu corpo em minhas mãos,
entre réstias de suor, desfalecido.
A ruína da beleza (cara fealdade?)
é que retorna sempre a si mesma.
Em que ponto extremo de teu amor
tem lugar a renúncia à insensatez?
Um corpo desamparado me insulta
com sua humanidade fora de lugar.
Escombros que se acusam entre si
pela desprezível vertigem alcançada.
Avareza de formas com que ousar
o lampejo de mil vozes trepidando
em sacrifício como se a noite oculta
na fortuna de cada fala desventrada
fosse a chaga deífica, sol ou cinzas.
Dissipada como estás, me abisma
seguir lendo uma torrente de páginas
na pele branca e desfeita de sentido,
abismo que é o centro da angústia,
hortaliça vitimada pela consagração.
A memória é um cínico abuso da dor?
De que é feita a tragédia da beleza?
Tambor de vozes, relato de gozos, luz
faltando sobre o cenário em ruínas.
Volúpia de quedas que nos alimentam.
Desígnio, veneno ou rogo de pragas.
Sei que te perco agora, em meus braços
não tenho senão o fulgor de tua morte.
O que deixo de ser mói a si mesmo,
suplício que acentua a miséria humana.
Indícios de perda albergam disfarces.
De que morre algo bem dentro de nós?
Anúncio e sigilo, ódio e amor, pequena
ou grande morte, em intervalos ou não.
Como me dói em ti o impossível verbo,
conjugar a dor em vícios de linguagem,
refazer-te dilacerando tempo e espaço.
Não quero que morras aos pedaços.
O vazio é úmido e repleto de si mesmo.
Deus não morre de ódio. Menos ainda
o homem se esgota em seu orgulho.
A refutação da morte está em sua dor,
como a negação do que nos contradiz.
De que morres? Todos sabemos da bala
que teu corpo recebeu em meu lugar.
Ódio ou aprovação, o anúncio se deu.
Nua e linda como estás, agora morta,
ódio perseguido pelo acaso, gólgota
se ajustando a novas formas de êxtase,
não vejo senão teu corpo, inativo,
na escuridão que o ilumina, jorro
de breu na viçosa lâmpada do destino.
"O que houve?", decerto indagariam.
Morta a tiros quando entramos
em uma farmácia e nos deparamos
com o "abaixem-se", e minha recusa.