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El deshollinador

En mi centro amanecía Dios
con su diamante de agua ensimismada,
derramándola allí donde la yerba azul del verbo
sin cercos corría limpia
escalando hasta el borde de los labios.
Pero redonda es la vida
y en sus ruedas sorpresivas
llegó de improviso el medio día.
El verano galopó hasta quemar la luz tierna del valle.
Anhelante se hizo el aliento,
confuso el horizonte.
El canto conmovido era un cristal vibrante.
La luz se fue cayendo a pedazos.
Aturdidas, las palabras
subieron desde el fondo de la sangre.
Jamás las recibió el papel.
Más tarde, el deshollinador
las encontró atascadas en la boca del tiro.



De: Antología nueva


ENRIQUETA OCHOA




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