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MEMORIABIERTA


por Jorge Carrol

Recuerdos y tributos a los poetas, novelistas, músicos, pintores, etc. conocidos de Jorge Carrol.




 
 

Poesía Buenos Aires-1

el juicio final será ante la poesía

Por Jorge Carrol

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Algunas publicaciones editados por Poesía Buenos Aires.


Así se llamó la revista cuyo Nº 1, apareció en la primavera de 1950 y que durante una década publicó sus 30 números, siempre bajo la dirección de nuestro amigo Raúl Gustavo Aguirre, (a quien acompañaron en la co-dirección en diferentes etapas de la revista y del movimiento que creció bajo el alero de sus páginas, en largas y febriles jornadas alrededor de las mesas del Palacio do Café o del café Florida, de la calle Lavalle) primero Jorge Enrique Móbili y luego, Volf Roitman, Nicolás Espiro y Edgar Bayley.

Poesía Buenos Aires fue una publicación que en sus primeros 20 números tuvo un tamaño (27 x 36 cm) que permitió el lucimiento de Nélida Fedullo y Jorge Souza, que la diagramaron en la imprenta de Arturo Zaragoza, artesano ejemplar y amigo perdurable, donde Agustín Gutiérrez, fue otro entrañable compañero y virtuoso linotipista.

Tuve el honor de pertenecer al movimiento, que abandoné en el verano de 1955, aunque nunca dejé de ser amigo de los poetas que formaron el llamado movimiento Poesía Buenos Aire s junto a Aguirre, Móbili, Roitman y Espiro: Rodolfo Alonso, Ramiro de Casasbellas, Omar Rubén Aracama, Rubén Vela, Luis Iadarola, Francisco Urondo y Edgar Bailey, y a otros que llegaron a compartir con nosotros el calor de la palabra: Mario Trejo, Alberto Vanasco, Alejandra Pizarnik, Clara y Manrique Fernández Moreno, Daniel Giribaldi, Miguel Brascó, Elizabeth Azcona Cronwell, Natalio Hocsman y fundamentalmente Juan Carlos Paz, que como señaló Aguirre en la primera página de Literatura Argentina de Vanguardia El movimiento Poesía Buenos Aires (1950-1960): fue bajo cuya insignia de eterna juventud vivió esta revista en las tardes del Palacio do Café.

Móbili fue el motor que en la primavera del 50, nos propuso dar a la poesía un aire de novedad, de lumbres arriesgadas, de continuidad, de madurez, de absoluto frente a todas las actividades subyacentes del pensamiento humano, recordándonos que el poema es el principio sin fin de una intención diferente para vivir y permanecer y convocándonos lúcidamente acariciar la paciencia de hombro a hombro y así transcribir nuestra ternura:

          No importan ya los abuelos
          ni sus gloriosas carabinas herrumbradas;
          levanta tu clamor y que el horizonte comience
          por un árbol
.

Jorge Enrique, co-director de los primeros y fundamentales números de Poesía Buenos Aires, fiel a la mejor tradición porteña, fue entre el otoño de 1951 y el verano del 52, injustamente traicionado y acusado de dionisíaco, quedándose en sí mismo, escribiendo bellos poemas que algunos teníamos la suerte de leer en sus impecables ediciones caseras, ilustradas por él mismo. Es que Jorge Enrique fue vitalmente demasiado yo y demasiado el mundo. También fue demasiado honesto y prefirió continuar su vida como una fiera que se va a pique, fumando el tiempo en la ventana. Fui su amigo entonces y después, aún cuando cronológicamente- fui el segundo de los que anclábamos nuestros sueños en el Palacio do Café, en marcharse primero de Buenos Aires y después de Argentina. Vivir lejos del bosque permitió ver los árboles por los que treparon, como siempre, aduladores micos literatosos.


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Ramiro de Casasbellas, Jorge Carrol, Aguirre, Rodolfo Alonso y Nicolás Espiro, en la calle Corrientes. 1953.

 

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