Amor, Filis mía, que enojado vio la dureza ingrata de tu corazón. Vibrando la flecha con nuevo rigor, herirte dispuso, mas, ¡ay!, no acertó. Al pecho asestaba, y el vibrado arpón tocó tu garganta, y en mi pecho dio. Tú libre quedaste; yo, herido de amor...
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