Mi madre me enseñó que la mejor forma de pasar por la vida era renunciando a la propiedad particular. Ella me convenció de que podría transformar los balbuceos en música de cámara, con mis zapatos. Tus zapatos son mágicos, me dijo. Pierde uno y ganarás un marido...
Hoy, por fin, descubro que tengo buena suerte. Que cada vez es más sencillo que las yemas de mis dedos viajen, intuitivas, por los túneles de mi torso. Que mi estómago ha aprendido del mito de Narciso y ya silencia él sólo su grito desgarrado: la desgracia de la hermosura ansío para mí. ...
Espero al último baile. Cera sellando cartas de amantes, busqué los zapatos más lindos del vertedero, los regueros de polvo de ángel en la comisura de mis labios. Y aquí estoy. Sin calabazas de algodón ni ratones mordisqueando entre los dedos de mis pies. Como pedigüeña entre...
De puntillas bajaré al sótano del mundo, donde las niñas remedan su torso hueco con los juguetes que encuentran por la calle. Si te acercas a mi pecho un dragón blandito te quemará los ojos, fabricando con sus pupilas una brújula que me pierda...
En el interior del automóvil ella imagina nubes, semáforos, zapatos. La luna –hoy color afluente- guiña sus cráteres, entrecerrando su luz. Junto a ella, él piensa en regalarle el corazón de un oso...
Yo soy Elisabeth Gille llorando tu marcha: éstas son mis cartas de cumpleaños quemadas. Yo soy tu hija pequeña sin regalos de Navidad. Persiguiendo a los nazis, saltando la valla. Yo soy David Golder arruinado tras tu muerte. Yo soy un acorde de piano cualquiera que, de repente,
Cuatro pasos de agua son frontera entre su ombligo y la autopista. Confío en la ruta de mordiscos de su espalda. ¿Me anochece para siempre esta señal? ¿O es brújula de luz para la tarde?
Mi chico azul surgió de un tren celeste. Azul su discman y el CD de Los Planetas, era tan frágil que sólo hablaba con monos ebrios -colgaos de farolas en medio del océano- y acariciaba su codo con acento de verano en Irlanda. En la arena, el hueco de su talón imitaba al cortafuegos...
El estómago de Vladimir Spider Sabich arde como una estrella de azufre. Esta madrugada es el beso de la madre, fugaz en su veneno. El sueño me condena a cadena perpetua, entreteje la dulzura de Claudine con el cordón de mis zapatos rotos. La llaga en su vientre...
Sólo yo sé cuándo sobrevivimos. Lo sé porque mis dedos se transforman en lápices de colores. Lo sé porque con ellos dibujo en las paredes de tu casa mujeres con rostro de epitafio. Porque, a la caricia de la punta, comienza el derrame de los cimientos formando arco iris en la noche. ...
Tú dejaste inhabitada la isla que me flota entre los muslos: hoy mi propio mástil carnívoro me destroza por dentro. Ha comenzado el banquete se retuerceórbita azul y en llamas descubro famélicos los astros. Sé que soy el centro del mundo y mi diadema besa el suelo, ...
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