| A las puertas de la ciudad |
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Voy a esperar un poco a que se ponga el sol, aunque estos pasos se me vayan allí, hacia el baile mío, hacia la vida mía. Tantos años hice buena pareja con vosotros, amigos. Y os dejé, y me fui a mi barrio de juventud creyendo que allí estaría mi verbena en vano. ¡Si creí que podíais... |
| A mi ropa tendida (El alma) |
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Me la están refregando, alguien la aclara. ¡Yo que desde aquel día la eché a lo sucio para siempre, para ya no lavarla más, y me servía! ¡Si hasta me está más justa! No la he puesto pero ahí la veis todos, ahí, tendida, ropa tendida al sol. ¿Quién es? ¿Qué es esto? ¿Qué lejía inmortal, ... |
| Ajeno |
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Largo se le hace el día a quien no ama y él lo sabe. Y él oye ese tañido corto y duro del cuerpo, su cascada canción, siempre sonando a lejanía. Cierra su puerta y queda bien cerrada; sale y, por un momento, sus rodillas se le van hacia el suelo. Pero el alba, con peligrosa generosidad, ... |
| El baile de Águedas |
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Veo que no queréis bailar conmigo y hacéis muy bien. Si hasta ahora no hice más que pisaros, si hasta ahora no moví al aire vuestro esos pies cojos. Tú siempre tan bailón, corazón mío, ¡Métete en fiesta; pronto, antes de que te quedes sin pareja! ¡Hoy no hay escuela! ¡al río, a lavarse primero, ... |
| El don de la ebriedad (I) |
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Siempre la claridad viene del cielo; es un don: no se halla entre las cosas sino muy por encima, y las ocupa haciendo de ello vida y labor propias. Así amanece el día; así la noche cierra el gran aposento de sus sombras. Y esto es un don. ¿Quién hace menos creados cada vez a los seres? ... |
| El don de la ebriedad (II) |
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Yo me pregunto a veces si la noche se cierra al mundo para abrirse o si algo la abre tan de repente que nosotros no llegamos a su alba, al alba al raso que no desaparece porque nadie la crea: ni la luna, ni el sol claro. Mi tristeza tampoco llega a verla tal como es, quedándose en los astros ... |
| El don de la ebriedad (III) |
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La encina, que conserva más un rayo de sol que todo un mes de primavera, no siente lo espontáneo de su sombra, la sencillez del crecimiento; apenas si conoce el terreno en que ha brotado. Con ese viento que en sus ramas deja lo que no tiene música, imagina para sus sueños una gran meseta. ... |
| El don de la ebriedad (IV) |
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Así el deseo. Como el alba, clara desde la cima y cuando se detiene tocando con sus luces lo concreto recién oscura, aunque instantáneamente. Después abre ruidosos palomares y ya es un día más. ¡Oh, las rehenes palomas de la noche conteniendo sus impulsos altísimos! Y siempre como el deseo, ... |
| El don de la ebriedad (IX) |
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Como si nunca hubiera sido mía, dad al aire mi voz y que en el aire sea de todos y la sepan todos igual que una mañana o una tarde. Ni a la rama tan sólo abril acude ni el agua espera sólo el estiaje. ¿Quién podría decir que es suyo el viento, suya la luz, el canto de las aves en el que esplende ... |
| El don de la ebriedad (V) |
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Cuándo hablar de ti sin voz de hombre para no acabar nunca, como el río no acaba de contar su pena y tiene dichas ya m s palabras que yo mismo. Cuándo estar bien fuera o bien en lo hondo de lo que alrededor es un camino limitándome, igual que el soto al ave. Pero, ¿ser capaz de repetirlo, ... |
| El don de la ebriedad (VI) |
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Las imágenes, una que las centra en planetaria rotación, se borran y suben a un lugar por sus impulsos donde al surgir de nuevo toman forma. Por eso yo no sé cuáles son éstas. Yo pregunto qué sol, qué brote de hoja o qué seguridad de la caída llegan a la verdad, si está más próxima la rama ... |
| El don de la ebriedad (VII) |
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¡Sólo por una vez que todo vuelva a dar como si nunca diera tanto! Ritual arador en plena madre y en pleno crucifijo de los campos, ¿tú sabías?: llegó, como en agosto los fermentos del alba, llegó dando desalteradamente y con qué ciencia de la entrega, con qué verdad de arado. ... |
| El don de la ebriedad (VIII) |
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No porque llueva ser digno. ¿Y cuándo lo seré, en qué momento? ¿Entre la pausa que va de gota a gota? Si llegases de súbito y al par de la mañana, al par de este creciente mes, sabiendo, como la lluvia sabe de mi infancia, que una cosa es llegar y otra llegarme desde la vez aquella para nada... ... |
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