| Animal |
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Un animal oculto en el crepúsculo me vigila y se apiada de mí. Ahora es verano. Pesan las frutas corrompidas y arden las cámaras corporales. Cansa atravesar esta enfermedad llena de espejos. Alguien silva en mi corazón. No sé quién es pero entiendo su sílaba interminable. , ... |
| Ante las viñas abrasadas por el invierno... |
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Ante las viñas abrasadas por el invierno, pienso en el miedo y en la luz (una sola sustancia dentro de mis ojos), pienso en la lluvia y en las distancias atravesadas por la ira. De: El libro del frío |
| Blues de la casa |
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En mi casa están vacías las paredes y yo sufro mirando la cal fría. Mi casa tiene puertas y ventanas: no puedo soportar tanto agujero. Aquí vive mi madre con sus lentes. Aquí está mi mujer con sus cabellos. Aquí viven mis hijas con sus ojos. ¿Por qué sufro mirando... |
| Blues del cementerio |
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Conozco un pueblo no lo olvidaré que tiene un cementerio demasiado grande. Hay en mi tierra un pueblo sin ventura porque el cementerio es demasiado grande. Sólo hay cuarenta almas en el pueblo. No sé para qué tanto cementerio. Cierto año la gente empezó a irse ... |
| Blues del nacimiento |
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Nació mi hija con el rostro ensangrentado y no me la dejaron ver despacio. Nació mi hija con el rostro ensangrentado pero me la quitaron de las manos. Mi hija ahora ya va a hacer tres años y habla conmigo y ella ve mi rostro. Mi hija ahora ya va a hacer tres años y canta y piensa pero ve mi rostro. ... |
| Detrás de la oscuridad ... |
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Detrás de la oscuridad están los rostros que me han abandonado. Yo ví su piel trabajada por relámpagos. Ahora ya sólo veo, en el instante amarillo, el resplandor de sus lejanos párpados. (Selección: Juan Daniel Perrotta ) |
| El cuerpo esplende en el zaguán profundo... |
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El cuerpo esplende en el zaguán profundo, ante la trenza del esparto y los armarios destinados a los membrillos y las sombras. De pronto, el llanto enciende los establos. Una vecina lava la ropa fúnebre y sus brazos son blancos entre la noche y el agua. ... |
| El vigilante de la nieve (I) |
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El vigilante fue herido por su madre; describió con sus manos la forma de la tris- teza y acarició cabellos que ya no amaba. Todas las causas se aniquilaban en sus ojos. |
| El vigilante de la nieve (II) |
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En la ebriedad le rodeaban mujeres, som- bra, policía, viento. Ponía venas en las urces cárdenas, vértigo en la pureza; la flor furiosa de la escarcha era azul en su oído. Rosas, serpiente y cucharas eran bellas mientras permanecían en sus manos. |
| El vigilante de la nieve (III) |
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Vigilaba la serenidad adherida a las som- bras, los círculos donde se depositan flores abrasadas, la inclinación de los sarmientos. Algunas tardes, su mano incompensible nos conducía al lugar sin nombre, a la melancolía de las herramientas abando- nadas. |
| El vigilante de la nieve (IV) |
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Fingía un rostro en el aire (hambre y marfil de los hospitales andaluces); en la extremi- dad del silencio, él oía la campanilla de los agonizantes. Nos miraba y nosotros sentía- mos la desnudez de la existencia. Velozmente, abría todas las puertas y derramaba ... |
| El vigilante de la nieve (IX) |
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En su canción había cuerdas sin esperanza: un son lejano de mujeres ciegas (madres descalzas en el presidio transparente de la sal). Sonaba a muerte y a rocío; luego, tañía ca- ñas negras: era el cantor de las heridas. Su memoria ardía en el país del viento, en la blancura ... |
| El vigilante de la nieve (V) |
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Cada mañana ponía en los arroyos acero y lágrimas y adiestraba a los pájaros en la canción de la ira: el arroyo claro para la hi- ja dulcemente imbécil; el agua azul para la mujer sin esperanza, la que olía a vértigo y a luz, sola en el albañal entre banderas blancas, fría bajo la sarga ... |
| El vigilante de la nieve (VI) |
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Era incesante en la pasión vacía. Los perros olfateaban su pureza y sus manos heridas por los ácidos. En el amanecer, oculto entre las sebes blancas, agnizaba ante las carre- teras, veía entrar las sombras en la nieve, hervir la niebla en la ciudad profunda. |
| El vigilante de la nieve (VII) |
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Venían sombras, animales húmedos que res- piraban cerca de su rostro. Vio la grasa ful- gir en las lavandas y la dulzura negra en las bodegas terrestres. Era la festividad: luz y azafrán en las coci- nas blancas; lejos, bajo guirnaldas polvo- rientas, rostros en la tristeza del carburo, ... |
| El vigilante de la nieve (VIII) |
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El vino era azul en el acero (ah lucidez del viernes) y dentro de sus ojos. Suavemente, distinguia las causas infecciosas: grandes flores inmóviles y la lubricidad, la cinta ne- gra en el silencio de las serpientes. |
| El vigilante de la nieve (X) |
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Era veloz sobre la yerba blanca. Un día sintió alas y se detuvo para escuchar en otra edad. Ciertamente, latían pétalos negros, pero en vano: vio a los duros zorza- les alejarse hacia ramas afiladas por el in- vierno y volvió a ser veloz sin destino. |
| El vigilante de la nieve (XI) |
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Era sagaz en la prisión del frío. Vio los presagios en la mañana azul: los ga- vilanes hendían el invierno y los arroyos eran lentos entre las flores de la nieve. Venían cuerpos femeninos y él advertía su fertilidad. Luego llegaron manos invisibles. Con exacta dulzura, asió la mano de su ... |
| Entre el estiércol y el relámpago... |
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Entre el estiércol y el relámpago escucho el grito del pastor. Aún hay luz sobre las alas del gavilán y yo desciendo a las hogueras húmedas. He oído la campana de la nieve, he visto el hongo de la pureza, he creado el olvido. De: El libro del frío |
| Extrañeza, fulgor... |
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Extrañeza, fulgor: el gavilán inmóvil, y la melena del carrizo, y, sobre el agua, mis manos ante las zarzas polvorientas. Pongo los frutos negros en la boca y su dulzura es de otro mundo como mi pensamiento arrasado por la luz. |
| Incandescencia y ruinas (I) |
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Yo invoco la cabeza más sagrada que exista debajo de la nieve. Mi corazón azul canta purificado por el silencio. De: Sublevación inmóvil |
| Incandescencia y ruinas (II) |
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Vándalo de pureza, hostígame. Si hablas, yo bajaré mis labios hasta el agua salvaje. De aquella gruta donde abrasa la frescura, ha de surgir un rey sucio de profecías. Oh corazón que ves en toda oscuridad, cuándo estaremos ciegos en luz, cuándo hablarás, habitante del fuego. ... |
| Incandescencia y ruinas (III) |
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Un perro milagroso come en mi corazón. Ceremonia salvaje: mi dolor se incorpora al perro enamorado. De: Sublevación inmóvil |
| Incandescencia y ruinas (V) |
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Anticanto de amor, quién te beberá, quién pondrá la boca en esta espuma prohibida. Quién, qué dios, qué enloquecidas alas podrán venir, amar aquí. Donde no hay nada. De: Sublevación inmóvil |
| Incandescencia y ruinas (VI) |
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En la cavidad que sabes, suena una voz. Lengua fría, tú, que silbas en la noche, metal vivo de palabras, dime, loco ruiseñor del invierno, dime, tú, que quizá participas de una materia luminosa, a quién anuncias ya además de a la muerte. De: Sublevación inmóvil |
| La luz hierve... |
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La luz hierve debajo de mis párpados. De un ruiseñor absorto en la ceniza, de sus negras entrañas musicales, surge una tempestad. Desciende el llanto a las antiguas celdas, advierto látigos vivientes y la mirada inmóvil de las bestias, su aguja fría en mi corazón. Todo es presagio. ... |
| La memoria es mortal... |
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La memoria es mortal. Algunas tardes, Billie Holliday pone su rosa enferma en mis oídos. Algunas tardes me sorprendo lejos de mí, llorando. (De: Arden las pérdidas) Selección: Juan Daniel Perrotta |
| Malos recuerdos |
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Llevo colgados de mi corazón los ojos de una perra y, más abajo, una carta de madre campesina. Cuando yo tenía doce años, algunos días, al anochecer, llevábamos al sótano a una perra sucia y pequeña. Con un cable le dábamos y luego con las astillas y los hierros. (Era así. Era así. ... |
| Miro mi desnudez... |
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Miro mi desnudez. Contemplo la aparición de las heridas blancas. Envuelto en sábanas mortales, bebo en las aguas femeninas la dulzura y la sombra. (De: Arden las pérdidas) Selección: Juan Daniel Perrotta |
| Música de cámara |
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I Si pudiera tener su nacimiento en los ojos la música, sería en los tuyos. El tiempo sonaría a tensa oscuridad, a mundo lento. Mezclas la luz en el cristal sediento a intensidad y amor y sombra fría. Todavía silencio, todavía el sonido no tiene movimiento. Pero llega un relámpago; ... |
| Propongo mi cabeza atormentada... |
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Propongo mi cabeza atormentada por la sed y la tumba. Yo quería despedir un sonido de alegría; quizá sueno a materia desollada. Me justifico en el dolor. No hay nada; yo no encuentro en mis huesos cobardía. En mi canto se invierte la agonía; es un caso de luz incorporada. ... |
| Recuerdo el frío del amanecer... |
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Recuerdo el frío del amanecer, los círculos de los insectos sobre las tazas inmóviles, la posibilidad de un abismo lleno de luz bajo las ventanas abiertas para la ventilación de la enfermedad, el olor triste de la sosa cáustica. |
| Sobre excremento de rebaños... |
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Sobre excremento de rebaños, subo y me acuesto bajo los robles musicales. Cruzan palomas entre mi cuerpo y el crepúsculo, cesa el viento y las sombras son húmedas. Hierba de soledad, palomas negras: he llegado, por fin; éste no es mi lugar, pero he llegado. ... |
| Sublevación inmóvil |
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Si mis manos cogiesen tu cabeza y yo mirase en ti tan hondamente que te pudiera atravesar la frente, poner los ojos sobre tu tristeza, ¡qué confidencia de naturaleza -se me haría la vida transparente- saber en ti, hallar súbitamente origen de dolor a la belleza! Y levantar... |
| Súplica |
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Vienen los números y las lágrimas. Y tú, ¿quién eres? ¿Yo mismo? Tú que conoces a los pájaros que se alimentan en mis venas, muéstrame la inexistencia, llévame dulcemente, de tu... |
| Tengo frío junto a los manantiales... |
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Tengo frío junto a los manantiales. He subido hasta cansar mi corazón. Hay yerba negra en las laderas y azucenas cárdenas entre sombras, pero, ¿qué hago yo delante del abismo? Bajo las águilas silenciosas, la inmensidad carece de significado. De: El libro del frío |
| Tiendo mi cuerpo... |
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Tiendo mi cuerpo sobre las maderas agrietadas por las lágrimas, huelo la linaza y la sombra. Ah la morfina en mi corazón: duermo con los ojos abiertos ante un territorio blanco abandonado por las palabras. |
| Un bosque se abre en la memoria... |
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Un bosque se abre en la memoria y el olor a resina es útil al corazón. Vi las esferas del sudor y los insectos en la dulzura; luego, el crepúsculo en sus ojos; después, el cardo hirviendo ante el centeno y la fatiga de los pájaros perseguidos por la luz. De: El libro del ... |
| Ventana húmeda |
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Esta es una ciudad desconocida y llueve sin esperanza. No hay memoria ni olvido y el error es la única existencia. ¿Quién me ama en esta ciudad... |
| Vi la serenidad... |
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Vi la serenidad en los ojos de las reses destinadas a los cuchillos industriales y los caballos inmóviles en la tristeza; después, la cal, su luz en los ancianos, y grandes grietas habitadas por lamentos. |
| Ví lavandas sumergidas |
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Ví lavandas sumergidas en un cuenco de llanto y la visión ardió en mí. Más allá de la lluvia ví serpientes enfermas -bellas en sus úlceras transparentes-, frutos amenazados por espinas y sombras, hierbas excitadas por el rocío. Ví un ruiseñor agonizante y su garganta llena de luz. ... |
| Vienen con lámparas... |
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Vienen con lámparas, conducen serpientes ciegas a las arenas albarizas. Hay un incendio de campanas. Se oye gemir el acero en la ciudad rodeada de llanto. (De: Arden las pérdidas) Selección: Juan Daniel Perrotta |
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