| A qué |
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A qué? ¿A qué? La casa y la huerta, nueva mañana, a qué el mar aunque me embriague, aunque él hable y ella cante, a qué el sueño y la vigilia, y la puerta acostumbrada. Quiero dormir sin soñar a menos de que por gracia en esta noche sin horas sin Casiopea ni Sirio vayan llegando... |
| A veces, mama, te digo... |
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A veces, mama, te digo, que me das un miedo loco. ¿Qué es eso, di, que caminas de otra laya que nosotros y, de pronto, ni me oyes y hablas lo mismo que el loco mirando y sin responder o respondiendo a los otros? ¿Con quién hablas, dime, cuando yo me hago el que duerme... y... |
| Adiós |
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En costa lejana y en mar de Pasión, dijimos adioses sin decir adiós. Y no fue verdad la alucinación. Ni tú la creíste ni la creo yo, y es cierto y no es cierto como en la canción. Que yendo hacia el Sur diciendo iba yo: Vamos hacia el mar que devora al Sol. Y yendo hacia el Norte decía tu voz: ... |
| Al oído de Cristo |
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Cristo, el de las carnes en gajos abiertas; Cristo, el de las venas vaciadas en ríos: estas pobres gentes del siglo están muertas de una laxitud, de un miedo, de un frío! A la cabecera de sus lechos eres, sí te tienen, forma demasiado cruenta, sin esas blanduras que aman las mujeres... |
| Amo amor |
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Anda libre en el surco, bate el ala en el viento, late vivo en el sol y se prende al pinar. No te vale olvidarlo como al mal pensamiento:¡le tendrás que escuchar! Habla lengua de bronce y habla lengua de ave, ruegos tímidos, imperativos de mar. No te vale ponerle gesto audaz, ceño grave: ... |
| Ángel Guardián |
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Es verdad, no es un cuento; hay un Ángel Guardián que te toma y te lleva como el viento y con los niños va por donde van. Tiene cabellos suaves que van en la venteada, ojos dulces y graves que te sosiegan con una mirada y matan miedos dando claridad. (No es un cuento, es verdad.) ... |
| Apegado a mí |
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Velloncito de mi carne, que en mi entraña yo tejí, velloncito friolento, ¡duérmete apegado a mí! La perdiz duerme en el trébol escuchándole latir: no te turben mis alientos, ¡duérmete apegado a mí! Hierbecita temblorosa asombrada de vivir, no te sueltes de mi pecho: ¡duérmete apegado a mí! ... |
| Arrullo patagón |
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Nacieron esta noche por las quebradas liebre rojiza, vizcacha parda. Manar se oyen dos leches que no manaban, y en el aire se mueven colas y espaldas. ¡Ay, quién saliese, ay, quién acarreara en brazo y brazo la liebre, la vizcacha! Pero es la noche ciega y apretujada y me pierdo ... |
| Atardecer |
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Siento mi corazón en la dulzura fundirse como ceras: son un óleo tardo y no un vino mis venas, y siento que mi vida se va huyendo callada y dulce como la gacela. Selección: Guido Ferrer |
| Ausencia |
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Se va de ti mi cuerpo gota a gota. Se va mi cara en un óleo sordo; se van mis manos en azogue suelto; se van mis pies en dos tiempos de polvo. ¡Se te va todo, se nos va todo! Se va mi voz, que te hacía campana cerrada a cuanto no somos nosotros. Se van mis gestos, que se ... |
| Balada |
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Él pasó con otra. ¡Yo le vi pasar! Siempre dulce el viento y el camino en paz. ¡Y estos ojos míseros le vieron pasar! Él va amando a otra por la tierra en flor. Ha abierto el espino, pasa una canción. Y él va amando a otra por la tierra en flor! Él besó a la otra a orillas del mar. Resbaló en las olas... |
| Besos |
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Hay besos que pronuncian por sí solos la sentencia de amor condenatoria, hay besos que se dan con la mirada hay besos que se dan con la memoria. Hay besos silenciosos, besos nobles hay besos enigmáticos, sinceros hay besos que se dan sólo las almas hay besos por prohibidos, ... |
| Canción a las muchachas muertas |
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Y las pobres muchachas muertas, escamoteadas en abril, las que asomáronse y hundiéronse como en las olas el delfín? ¿A dónde fueron y se hallan, encuclilladas por reír o agazapadas esperando voz de un amante que seguir? ¿Borrándose como dibujos que Dios no quiso reteñir... |
| Canción amarga |
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¡Ay! ¡Juguemos, hijo mío, a la reina con el rey! Este verde campo es tuyo. ¿De quién más podría ser? Las oleadas de la alfalfa para ti se han de mecer. Este valle es todo tuyo. ¿De quién más podría ser? Para que los disfrutemos los pomares se hacen miel. ... |
| Canción de la muerte |
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La vieja Empadronadora, la mañosa Muerte, cuando vaya de camino mi niño no encuentre. La que huele a los nacidos y husmea su leche, encuentre sales y harinas, y leche no encuentre. La Contra-Madre del mundo, la Convida-gentes por las playas y las rutas no halle al inocente. ... |
| Canción de pescadores |
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Niñita de pescadores que con viento y olas puedes, duerme pintada de conchas, garabateada de redes. Duerme encima de la duna que te alza y que te crece, oyendo la mar-nodriza que a más loca mejor mece. La red me llena la falda y no me deja tenerte, porque si rompo los nudos ... |
| Canción quechua |
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Donde fue Tihuantisuyo, nacían los indios. Llegábamos a la puna con danzas, con himnos. Silbaban quenas, ardían dos mil fuegos vivos. Cantaban Coyas de oro y Amautas benditos. Bajaste ciego de soles, volando dormido, para hallar viudos los aires de llama y de indio. ... |
| Caricias |
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Madre, madre, tú me besas, pero yo te beso más. Como el agua en los cristales, caen mis besos en tu faz... Te he besado tanto, tanto que de mí cubierta estás y el enjambre de mis besos no te deja ni mirar... Si la abeja se entra al lirio, no se siente su aletear. Cuando tú, a tu hijito escondes ... |
| Ceras eternas |
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¡Ah! Nunca más conocerá tu boca la vergüenza del beso que chorreaba concupiscencia, como espesa lava! Vuelven a ser dos pétalos nacientes, esponjados de miel nueva, los labios que yo quise inocentes. ¡Ah! Nunca más conocerán tus brazos el nudo horrible que en mis días puso ... |
| Coplas |
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Todo adquiere en mi boca un sabor persistente de lágrimas: el manjar cotidiano, la trova y hasta la plegaria.Yo no tengo otro oficio, después del callado de amarte, que este oficio de lágrimas, duro, que tú me dejaste.¡Ojos apretados de calientes lágrimas! ¡boca atribulada y convulsa, ... |
| Coplas (2) |
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A la azul llama del pino que acompaña mi destierro, busco esta noche tu rostro, palpo mi alma y no lo encuentro. ¿Cómo eras cuando sonreías? ¿Cómo eras cuando me amabas? ¿Cómo miraban tus ojos cuando aún tenían alma? ¡Si Dios quisiera volvérteme por un instante tan sólo! ... |
| Cosas |
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1 Amo las cosas que nunca tuve con las otras que ya no tengo: Yo toco un agua silenciosa, parada en pastos friolentos, que sin un viento tiritaba en el huerto que era mi huerto. La miro como la miraba; me da un extraño pensamiento, y juego, lenta, con esa agua como con Pez o con misterio. ... |
| Creo en mi corazón |
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Creo en mi corazón, ramo de aromas que mi Señor como una fronda agita, perfumando de amor toda la vida y haciéndola bendita. Creo en mi corazón, el que no pide nada porque es capaz del sumo ensueño y abraza en el ensueño lo creado: ¡inmenso dueño! ... |
| Dame la mano |
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A Tasso de Silveira Dame la mano y danzaremos; dame la mano y me amarás. Como una sola flor seremos, como una flor, y nada más... El mismo verso cantaremos, al mismo paso bailarás. Como una espiga ondularemos, como una espiga, y nada más. Te llamas Rosa y yo Esperanza; |
| Decálogo del artista |
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I.Amarás la belleza, que es la sombra de Dios sobre el Universo. II.No hay arte ateo. Aunque no ames al Creador, lo afirmarás creando a su semejanza. III.No darás la belleza como cebo para los sentidos, sino como el natural alimento del alma. IV.No te será pretexto para la lujuria ni para la vanidad, ... |
| Desolación |
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La bruma espesa, eterna, para que olvide dónde me ha arrojado la mar en su ola de salmuera. La tierra a la que vine no tiene primavera: tiene su noche larga que cual madre me esconde. El viento hace a mi casa su ronda de sollozos y de alarido, y quiebra, como un cristal, mi grito. ... |
| Despedida |
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Ahora son los adioses que por un golpe de viento se allegan o parten; así son todas las dichas. Si Dios quiere vuelvo un día de nuevo la cara, y no regreso si los rostros que busco me faltan. Así somos como son cimbreando las palmas: apenas las junta el gozo y ya se separan. Gracias... |
| Despedida (2) |
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Ya me voy porque me llama un silbo que es de mi Dueño, llama con una inefable punzada de rayo recto: dulce-agudo es el llamado que al partir le conocemos. Yo bajé para salvar a mi niño atacameño y por andarme la Gea que me crió contra el pecho y acordarme, volteándola, ... |
| Desvelada |
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Como soy reina y fui mendiga, ahora vivo en puro temblor de que me dejes, y te pregunto, pálida, a cada hora: ¿Estás conmigo aún? ¡Ay! ¡no te alejes! Quisiera hacer las marchas sonriendo y confiando ahora que has venido; pero hassta en el dormir estoy temiendo ... |
| Devuelto |
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A la cara de mi hijo que duerme, bajan arenas de las dunas, flor de la caña y la espuma que vuela de la cascada... Y es sueño nada más cuanto le baja; sueño cae a su boca, sueño a su espalda, y me roban su cuerpo junto con su alma. Y así lo van cubriendo con tanta maña, ... |
| Día |
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Día, día del encontrarnos, tiempo llamado Epifanía. sin frenesí sobre los pulsos que eran tumulto y agonía, tan tranquilo como las leches de las vacadas con esquilas. Día nuestro, por qué camino, bulto sin pies, se allegaría, que no supimos, que no velamos, que cosa alguna... |
| Dios lo quiere |
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I La tierra se hace madrastra si tu alma vende a mi alma. Llevan un escalofrío de tribulación las aguas. El mundo fue más hermoso desde que me hiciste aliada, cuando junto de un espino nos quedamos sin palabras ¡y el amor como el espino nos traspasó de fragancia! Pero te va a brotar ... |
| Doña Primavera |
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Doña Primavera viste que es primor, viste en limonero y en naranjo en flor. Lleva por sandalias unas anchas hojas, y por caravanas unas fucsias rojas. Salid a encontrarla por esos caminos. ¡Va loca de soles y loca de trinos! Doña Primavera de aliento fecundo, se ríe de todas las penas del mundo... ... |
| Dulzura |
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Madrecita mía, madrecita tierna, déjame decirte dulzuras extremas. Es tuyo mi cuerpo que juntaste en ramo; deja revolverlo sobre tu regazo. Juega tú a ser hoja y yo a ser rocío: y en tus brazos locos tenme suspendido. Madrecita mía, todito mi mundo, déjame decirte los cariños sumos. ... |
| El amor que calla |
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Si yo te odiara, mi odio te daría en las palabras, rotundo y seguro; pero te amo y mi amor no se confía a este hablar de los hombres, tan oscuro. Tú lo quisieras vuelto en alarido, y viene de tan hondo que ha deshecho su quemante raudal, desfallecido, antes de la garganta, antes del pecho. ... |
| El amor que calla |
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Si yo te odiara, mi odio te daría en las palabras, rotundo y seguro; ¡pero te amo y mi amor no se confía a este hablar de los hombres, tan oscuro! Tú lo quisieras vuelto un alarido, y viene de tan hondo que ha deshecho su quemante raudal, desfallecido, antes de la garganta, antes del pecho. ... |
| El encuentro |
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A su sombra Le he encontrado en el sendero. No turbó su ensueño el agua ni se abrieron más las rosas; abrió el asombro mi alma. ¡Y una pobre mujer tiene su cara llena de lágrimas! Llevaba un canto ligero en la boca descuidada, y al mirarme se le ha vuelto grave el canto que entonaba. ... |
| El encuentro |
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Le he encontrado en el sendero. No turbó su ensueño el agua ni se abrieron más las rosas. Abrió el asombro mi alma. ¡Y una pobre mujer tiene su cara llena de lágrimas! Llevaba un canto ligero en la boca descuidada y al mirarme se le ha vuelto grave el canto que entonaba. ... |
| El encuentro |
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Le he encontrado en el sendero. No turbó su ensueño el agua ni se abrieron más las rosas. Abrió el asombro mi alma. ¡Y una pobre mujer tiene su cara llena de lágrimas! Llevaba un canto ligero en la boca descuidada y al mirarme se le ha vuelto grave el canto que entonaba. Miré la senda, ... |
| El establo |
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Al llegar la medianoche y al romper en llanto el Niño, las cien bestias despertaron y el establo se hizo vivo. Y se fueron acercando, y alargaron hasta el Niño los cien cuellos anhelantes como un bosque sacudido. Bajó un buey su aliento al rostro y se lo exhaló sin ruido, y sus ojos fueron tiernos ... |
| El niño solo |
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Como escuchase un llanto, me paré en el repecho y me acerqué a la puerta del rancho del camino. Un niño de ojos dulces me miró desde el lecho ¡ y una ternura inmensa me embriagó con un vino! La madre se tardó, curvada en el barbecho; el niño, al despertar, buscó el pezón de rosa... |
| El ruego |
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Señor, tú sabes cómo, con encendido brío, por los seres extraños mi palabra te invoca. Vengo ahora a pedirte por uno que era mío, mi vaso de frescura, el panal de mi boca,cal de mis huesos, dulce razón de la jornada, gorjeo de mi oído, ceñidor de mi veste. Me cuido hasta de aquellos ... |
| El ruego |
|
Señor, tú sabes cómo, con encendido brío, por los seres extraños mi palabra te invoca. Vengo a pedirte por uno que era mío, mi vaso de frescura, el panal de mi boca, cal de mis huesos, dulce razón de la jornada, gorjeo de mi oído, ceñidor de mi veste. Me cuido hasta de aquellos en que no ... |
| El surtidor |
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Soy cual el surtidor abandonado que muerto sigue oyendo su rumor. En sus labios de piedra ha quedado tal como en mis entrañas el fragor. Y creo que el destino no ha venido su tremenda palabra a desgajar; que nada está segado ni perdido, que si extiendo mis brazos te he de hallar. ... |
| El vaso |
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Yo sueño con un vaso de humilde y simple arcilla, que guarde tus cenizas cerca de mis miradas; y la pared del vaso te será mi mejilla, y quedarán mi alma y tu alma apaciguadas. No quiero espolvorearlas en vaso de oro ardiente, ni en la ánfora pagana que lo carnal ensaya: sólo un vaso ... |
| Éxtasis |
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Ahora, Cristo, bájame los párpados, pon en la boca escarcha, que están de sobra ya todas las horas y fueron dichas todas las palabras. Me miró, nos miramos en silencio mucho tiempo, clavadas, como en la muerte, las pupilas. Todo el estupor que blanquea las caras en la agonía, ... |
| Hallazgos |
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Me encontré este niño cuando al campo iba: dormido lo he hallado en las espigas... O tal vez ha sido cruzando la viña: buscando los pámpanos topé su mejilla... Y por eso temo, al quedar dormida, se evapore como la helada ... |
| Himno al árbol |
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A D. José Vasconcelos Árbol hermano, que clavado por garfios pardos en el suelo, la clara frente has elevado en una intensa sed de cielo; hazme piadoso hacia la escoria de cuyos limos me mantengo, sin que se duerma la memoria del país azul de donde vengo. ... |
| In memoriam |
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Amado Nervo, suave perfil, labio sonriente; Amado Nervo, estrofa y corazón en paz: mientras te escribo, tienes losa sobre la frente, baja en la nieve tu mortaja inmensamente y la tremenda albura cayó sobre tu faz. Me escribías: Soy triste como los solitarios, ... |
| Interrogaciones |
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¿Cómo quedan, Señor, durmiendo los suicidas? ¿Un cuajo entre la boca, las dos sienes vaciadas, las lunas de los ojos albas y engrandecidas, hacia un ancla invisible las manos orientadas? ¿O Tú llegas después que los hombres se han ido, y les bajas el párpado sobre el ojo cegado, acomodas ... |
| Íntima |
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Tú no oprimas mis manos Llegará el duradero tiempo de reposar con mucho polvo y sombra en los entretejidos dedos. Y dirías: —No puedo amarla, porque ya se desgranaron como mieses sus dedos. Tú no beses mi boca. Vendrá el instante lleno de luz menguada, en que estaré sin labios ... |
| La balada de mi nombre |
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El nombre mío que he perdido, ¿dónde vive, dónde prospera? Nombre de infancia, gota de leche, rama de mirto tan ligera. De no llevarme iba dichoso o de llevar mi adolescencia y con él ya no camino por campos y por praderas. Llanto mío no conoce y no la quemó mi salmuera; ... |
| La cajita de Olinalá |
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I Cajita mía de Olinalá palo-rosa jacaranda. Cuando la abro de golpe da su olor de Reina de Sabá. ¡Ay, bocanada tropical clavo, caoba y el copal! La pongo aquí la dejo allá por corredores viene y va. Hierve de grecas como un país nopal, venado Codorniz. Los volcanes de gran cerviz ... |
| La casa |
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La mesa, hijo, está tendida, en blancura quieta de nata, y en cuatro muros azulea, dando relumbres, la cerámica. Esta es la sal, éste el aceite y al centro el Pan que casi habla. Oro más lindo que oro del Pan no está ni en fruta ni en retama, y da su olor de espiga y horno una dicha que nunca sacia. ... |
| La encina |
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Esta alma de mujer viril y delicada, dulce en la gravedad, severa en el amor, es una encina espléndida de sombra perfumada, por cuyos brazos rudos trepara un mirto en flor. Pasta de nardos suaves, pasta de robles fuertes, le amasaron la carne rosa del corazón, y aunque es altiva... |
| La espera inútil |
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Yo me olvidé que se hizo ceniza tu pie ligero, y, como en los buenos tiempos, salí a encontrarte al sendero. Pasé valle, llano y río y el cantar se me hizo triste. La tarde volcó su vaso de luz ¡y tú no viniste! El sol fue desmenuzando su ardida y muerta amapola; flecos de niebla temblaron ... |
| La extranjera |
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A Francis de Miomandre Habla con dejo de sus mares bárbaros, con no sé qué algas y no sé qué arenas; reza oración a dios sin bulto y peso, envejecida como si muriera. En huerto nuestro que nos hizo extraño, ha puesto cactus y zarpadas hierbas. Alienta del resuello del desierto ... |
| La flor del aire |
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Yo la encontré por mi destino, de pie a mitad de la pradera, gobernadora del que pase, del que le hable y que la vea. Y ella me dijo: Sube al monte. Yo nunca dejo la pradera, y me cortas las flores blancas como nieves, duras y tiernas. Me subí a la ácida montaña, ... |
| La lluvia lenta |
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Esta agua medrosa y triste, como un niño que padece, antes de tocar la tierradesfallece. Quieto el árbol, quieto el viento, ¡y en el silencio estupendo, este fino llanto amargocayendo! El cielo es como un inmenso corazón que se abre, amargo. No llueve: es un sangrar lentoy largo. ... |
| La manca |
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Que mi dedito lo cogió una almeja, y que la almeja se cayó en la arena, y que la arena se la tragó el mar. Y que del mar la pescó un ballenero, y que el ballenero llegó a Gibraltar, y que en Gibraltar cantan pescadores: Novedad de tierra sacamos del mar, novedad de un dedito de niña; ... |
| La memoria divina |
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Si me dais una estrella, y me la abandonáis, desnuda ella entre la mano, no sabré cerrarla por defender mi nacida alegría. Yo vengo de una tierra donde no se perdía. Si me encontráis la gruta maravillosa, que como una fruta tiene entraña purpúrea y dorada, y hace inmensa... |
| La mujer fuerte |
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Me acuerdo de tu rostro que se fijó en mis días, mujer de saya azul y de tostada frente, que en mi niñez y sobre mi tierra de ambrosía vi abrir el surco negro en un abril ardiente.Alzaba en la taberna, honda la copa impura el que te apegó un hijo al pecho de azucena, y bajo ese recuerdo, ... |
| La otra |
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Una en mí maté: yo no la amaba. Era la flor llameando del cactus de montaña; era aridez y fuego; nunca se refrescaba. Piedra y cielo tenía a pies y a espaldas y no bajaba nunca a buscar ojos de agua . Donde hacía su siesta, las hierbas se enroscaban de aliento de su boca ... |
| La ronda de los colores |
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Azul loco y verde loco del lino en rama y en flor. Mareando de oleadas baila el lindo azuleador. Cuando el azul se deshoja, sigue el verde danzador: verde-trébol, verde-oliva y el gayo verde-limón. ¡Vaya hermosura! ¡Vaya el Color! Rojo manso y rojo bravo rosa y clavel reventón . ... |
| La tierra |
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Niño indio, si estás cansado, tú te acuestas sobre la Tierra, y lo mismo si estás alegre, hijo mío, juega con ella... Se oyen cosas maravillosas al tambor indio de la Tierra: se oye el fuego que sube y baja buscando el cielo, y no sosiega. Rueda y rueda, se oyen los ríos en cascadas... |
| La tierra y la mujer |
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A Amira de la Rosa Mientras tiene luz el mundo y despierto está mi niño, por encima de su cara todo es un hacerse guiños. Guiños le hace la alameda con sus dedos amarillos, y tras ella vienen nubes con piruetas de cabritos. .. La cigarra al mediodía, con el frote le hace guiño, ... |
| Los huesos de los muertos |
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Los huesos de los muertos hielo sutil saben espolvorear sobre las bocas de los que quisieron. ¡Y éstas no pueden nunca más besar! Los huesos de los muertos en paletadas echan su blancor sobre la llama intensa de la vida. ¡Le matan todo ardor! Los huesos de los muertos ... |
| Los sonetos de la muerte |
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I Del nicho helado en que los hombres te pusieron, te bajaré a la tierra humilde y soleada. Que he de morirme en ella los hombres no supieron, y que hemos de soñar sobre la misma almohada. Te acostaré en la tierra soleada con una dulcedumbre de madre para el hijo dormido, ... |
| Meciendo |
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El mar sus millares de olas mece divino. Oyendo a los mares amantes, mezo a mi niño. El viento errabundo en la noche mece los trigos. Oyendo a los vientos amantes, mezo a mi niño. Dios Padre sus miles de mundos mece sin ruido. Sintiendo su mano en la sombra, mezo a mi ... |
| Miedo |
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Yo no quiero que a mi niña golondrina me la vuelvan; se hunde volando en el Cielo y no baja hasta mi estera; en el alero hace el nido y mis manos no la peinan. Yo no quiero que a mi niña golondrina me la vuelvan. Yo no quiero que a mi niña la vayan a hacer princesa. Con zapatitos de oro ... |
| Nocturno |
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Padre nuestro, que estás en los cielos, ¿por qué te has olvidado de mí? Te acordaste del fruto en febrero, al llagarse su pulpa rubí. ¡Llevo abierto también mi costado y no quieres mirar hacia mí! Te acordaste del negro racimo y lo diste al lagar carmesí, y aventaste las hojas del álamo ... |
| Obsesión |
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Me toca en el relente; se sangra en los ocasos; me busca con el rayo de luna por los antros. Como a Tomás el Cristo, me hunde la mano pálida, por que no olvide, dentro de su herida mojada. Le he dicho que deseo morir, y él no lo quiere, por palparme en los vientos, por cubrirme en las nieves; ... |
| País de la ausencia |
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País de la ausencia extraño país, más ligero que ángel y seña sutil, color de alga muerta, color de neblí, con edad de siempre, sin edad feliz. No echa granada, no cría jazmín, y no tiene cielos ni mares de añil. Nombre suyo, nombre, nunca se lo oí, y en país sin nombre... |
| Pan |
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A Teresa y Enrique Díez-Canedo Dejaron un pan en la mesa, mitad quemado, mitad blanco, pellizcado encima y abierto en unos migajones de ampo. Me parece nuevo o como no visto, y otra cosa que él no me ha alimentado, pero volteando su miga, sonámbula, tacto y olor se me olvidaron. ... |
| Piececitos |
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Piececitos de niño, azulosos de frío, ¡cómo os ven y no os cubren, Dios mío! ¡Piececitos heridos por los guijarros todos, ultrajados de nieves y lodos! El hombre ciego ignora que por donde pasáis, una flor de luz viva dejaís; que allí donde ponéis la plantita sangrante, el nardo nace ... |
| Poema del hijo |
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Un hijo, un hijo, un hijo! Yo quise un hijo tuyo y mío, allá en los días del éxtasis ardiente, en los que hasta mis huesos temblaron de tu arrullo y un ancho resplandor creció sobre mi frente. Decía: |
| Puertas |
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Entre los gestos del mundo recibí el que me dan las puertas. En la luz yo las he visto o selladas o entreabiertas y volviendo sus espaldas del color de la vulpeja. ¿Por qué fue que las hicimos para ser sus prisioneras? Del gran fruto de la casa son la cáscara avarienta. El fuego amigo que gozan ... |
| Riqueza |
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Tengo la dicha fiel y la dicha perdida: la una como rosa, la otra como espina. De lo que me robaron no fui desposeída: tengo la dicha fiel y la dicha perdida, y estoy rica de púrpura y de melancolía. ¡Ay, qué amante es la rosa y qué amada la espina! Como el doble contorno ... |
| Ronda de la ceiba ecuatoriana |
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En el mundo está la luz, y en la luz está la ceiba, y en la ceiba está la verde llamarada de la América! ¡Ea, ceiba, ea, ea! Árbol-ceiba no ha nacido y la damos por eterna, indios quitos no la plantan y los ríos no la riegan. Tuerce y tuerce contra el cielo veinte cobras verdaderas, y al pasar... |
| Ronda de segadores |
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Columpiamos el santo perfil del pan, voleando la espiga de Canaán. Los brazos segadores se vienen y se van. La tierra de Argentina tiembla de pan. A pan segado huele el pecho del jayán a pan su padrenuestro, su sangre a pan. Alcanza a la cintura el trigo capitán. Los brazos segadores ... |
| Serenidad |
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Y después de tener perdida lo mismo que un pomar la vida, -hecho ceniza, sin cuajar-, me han dado esta montaña mágica, y un río y unas tardes trágicas como Cristo, con que sangrar. Los niños cubren mis rodillas; mirándoles a las mejillas; ahora no rompo a sollozar, ... |
| Si viene la muerte |
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Si te ves herido no temas llamarme. No, llámame desde donde te halles, aunque sea el lecho de la vergüenza. Y yo iré, aun cuando estén erizados de espinos los llanos hasta tu puerta. No quiero que ninguno, ni Dios, te enjugue en las sienes el sudor ni te acomode la almohada bajo la cabeza. ... |
| Todas íbamos a ser reinas |
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Todas íbamos a ser reinas, de cuatro reinos sobre el mar: Rosalía con Efigenia y lucila con Soledad. En el valle de Elqui, ceñido de cien montañas o de más, que como ofrendas o tributos arden en rojo y azafrán. Lo decíamos embriagadas, y lo tuvimos por verdad, que seríamos todas reinas ... |
| Tres árboles |
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Tres árboles caídos quedaron a la orilla del sendero. El leñador los olvidó, y conversan, apretados de amor, como tres ciegos. El sol de ocaso pone su sangre viva, en los hendidos leños, ¡Y se llevan los vientos la fragancia de su costado abierto! Uno, torcido, ... |
| Tres árboles |
|
Tres árboles caídos quedaron a la orilla del sendero. El leñador los olvidó, y conversan, apretados de amor, como tres ciegos. El sol de ocaso pone su sangre viva en los hendidos leños ¡y se llevan los vientos la fragancia de su costado abierto! Uno, torcido, tiende... |
| Una palabra |
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Yo tengo una palabra en la garganta y no la suelto, y no me libro de ella aunque me empuje su empellón en la sangre. Si la soltase, quema el pasto vivo, sangra al cordero, hace caer al pájaro. Tengo que desprenderla de mi lengua, hallar un agujero de castores o sepultarla con cales ... |
| Vergüenza |
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Si tú me miras, yo me vuelvo hermosa como la hierba a que bajó el rocío, y desconocerán mi faz gloriosa las altas cañas cuando baje el río. Tengo vergüenza de mi boca triste, de mi voz rota y mis rodillas rudas; ahora que me miraste y que viniste, me encontré pobre y me palpé... |
| Volverlo a ver |
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¿Y nunca, nunca más, ni en noches llenas de temblor de astros, ni en las alboradas vírgenes, ni en las tardes inmoladas? ¿Al margen de ningún sendero pálido, que ciñe el campo, al margen de ninguna fontana trémula, blanca de luna? ¿Bajo las trenzaduras de la selva, donde llamándolo ... |
| Yo canto lo que tú amabas |
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Yo canto lo que tú amabas, vida mía, por si te acercas y escuchas, vida mía, por si te acuerdas del mundo que viviste, al atardecer yo canto, sombra mía. Yo no quiero enmudecer, vida mía. ¿Cómo sin mi grito fiel me hallarías? ¿Cuál señal, cuál me declara, vida mía? ... |
| Yo no tengo soledad |
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¡Yo no tengo soledad! Es la noche desamparo de las sierras hasta el mar. Pero yo, la que te mece, ¡yo no tengo soledad! Es el cielo desamparo si la Luna cae al mar. Pero yo, la que te estrecha, ¡yo no tengo soledad! Es el mundo desamparo y la carne triste va. Pero yo, la que te oprime, ... |
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