Nos conocimos un sábado por la tarde en el Palacio do Café, allá por 1943, quizá. Venía acompañando a Rodolfo Alonso una muchacha, de quien estaba enamorado. Era adolescente y bella, de senos pequeñitos y muy pícara. Había nacido en las Islas Canarias y estudiaba.
Desde entonces fuimos amigos por muchos años, especialmente después
que su relación con Rodolfo terminó y ella se casó con un desdibujado don Nadie y fue madre. Solíamos encontrarnos en el Jockey Club, el café de Florida y Viamonte para ir al cine y luego de comer alguna cosa, dejarla al filo de la madrugada en la puerta de su casa del barrio de Liniers, a pocas cuadras de la avenida General Paz, allí donde Buenos Aires comienza a ser el Gran Buenos Aires. Hablamos, reíamos y nos teníamos ganas, más que de amarnos, de vivir.
Cuando tomé el camino del exilio exterior y marché con los mi pequeña familia a vivir en Santiago de Chile, dejamos poco a poco de escribirnos hasta que finalmente se convirtió en un recuerdo y en uno de los más bellos poemas que escribió Rodolfo Alonso, publicado en su primer libro Salud o nada (1954) que con tanto sacrificio editaron Marta Jiménez Pastor y Daniel Viacaba; la foto de Rodolfo que ilustraba la portada, se la tomé una tarde en la Plaza San Martín, después de habernos cruzado en el camino con Jorge Luis Borges, que vivía en Maipú y Charcas.
La muchacha de las Islas Canarias
la que yo amo distribuye el tiempo
conserva las raíces de las horas en sus manos
salud en sus campanas
en su muralla convertida en lluvia
en su corazón que está en declive
en la cumbre la muerte en el fondo el amor
amor sus dos pupilas amor cabalga la certeza
y ella convive con los hombres
hoy sus islas habitan mi garganta
la nadadora negra está de pie en la orilla
y hace jirones de pelo con el viento
la que yo amo persiste en el invierno
se da y huye
para luego volver a prosternarse
levántate esperada tu corazón es un crisol
pero aún hay una espada en tu sonrisa
la que yo amo está cerca de mí
nuestra fuerza es la fuerza de los hombres
está en mis venas y en mis músculos
caliente como el pan como la sangre como el vino |