- Pibe ¿qué haces en Chile?...
- Laburo. Soy Director General Creativo de J. Walter Thompson
- ¿Y desde cuándo?... La última vez que te vi fue en el sótano del “Fantasma” Euleche. Vos llegaste con Trejo en busca de no sé qué cosa...
- Sí, de un encendedor Zippo que me había olvidado la noche anterior... Pocos días después, me vine a trabajar a Chile.
- Pero en publicidad, che....
Sin pensarlo más, le recordé que él había trabajado, después de la caída de Perón en el 55, en Bastarrica Propaganda (ya de regreso en Montevideo) y que García Márquez durante algún tiempo paró la olla escribiendo textos publicitarios en México, y que en Baires, Paco Urondo, Julio Llinás, Juan Antonio Vasco, Coco Iadarola y una pila más de poetas y narradores, podían vivir gracias a la publicidad.
Sonrío pícaramente como lo hacía cuando a comienzo de los años 50, yo llegaba tímidamente con mis presuntuosas colaboraciones a la Editorial Haynes, donde él era Secretario de Redacción de la revista “Vea y Lea”. Eran años en los el oriental, para llevar unos pesos más a su casa, fungía también como Secretario de Redacción de “Ímpetu”, un período dedicado a La Publicidad y a los publicistas.
Minutos después, él entró al gran salón donde la Sociedad de Escritores Chile estaba celebrando en junio de 1969, un Encuentro Latinoamericano de Escritores, y yo crucé la Alameda Bernardo O’Higgins para entrar en el Laboratorio Cinematográfico de la Universidad Católica y cumplir con mis obligaciones publicitarias.
No volvimos a encontrarnos en Chile, pero sí en Madrid: hacia fines del 78, cuando él no podía escribir, ni siquiera una línea, quizás por el desarraigo o la falta de amigos. La última vez que lo ví, fue en el 85. Le llevé unos viejos ejemplares de Vea y Lea, que me agradeció emocionado, al mismo tiempo que desde la cama seguía con la jodedera de siempre: - ¿Seguís explotado por la publicidad?
También hablamos de Peñarol y Nacional, de Independiente Campeón de América y de Roberto Arlt; de alguna manera estábamos jugando a un juego en el que él, era un maestro, donde el final es el principio.
No lo volví a ver más, pero jamás olvidaré a Juan Carlos Onetti cargándome e incitándome a quemar las naves de la publicidad, con todas las hojas en blanco en las que nunca pude, ni siquiera garabatear con un cuento. |