Somos amigos con Llinás, quizá sin darnos cuenta, desde hace medio siglo.
Nos conocimos a su regreso de su estadía francesa en la puerta de la Jockey Club, que en la esquina de Viamonte y Florida, abría en Buenos Aires sus puertas a los más conspicuos personajes de las letras argentinas de aquellos años 50: Borges, Mallea, Bioy Casares, Mujica Lainez, Silvina Bullrich, Pepe Bianco, Girri, Sabato, Córdoba Iturburu y algunos paracaidistas como Marta Lynch, Villordo, Gloria Alcorta, Bianciotti, Wilcook & Cia. e infinidad damas y damitas sumamente agradables y algún que otro intelectual extranjero como Asturias, Roa Bastos, Piñera, Paz, Gombrowicz, Saint-John Perse (en camino a un Festival de Cine que se celebra en Mar del Plata!), Ribbe-Grillet; nos presentó Aldo Pellegrini, que como siempre traía bajo el brazo varios libros que envidiábamos y deseábamos poseer. En unos minutos se nos reunieron la plaga surrealista: Molina, Vasco, Latorre y nos fuimos al Chamberí, donde hicimos noche junto a Olga Orozco y Oliverio Girondo.
Para celebrar este primer medio siglo de amistad, volví a releer toda su obra publicada, comenzando por algún ejemplar de las revistas Letra y línea y A partir de cero, y continuando por un libro del que Ernesto Sabato, tan reacio a elogiar a otro escritor cuanto a comentar libros, escribió: despiadado y tierno, brillante y desolado, grotesco y trágico... y agregó: bienvenido Julio, al Panteón de los Humillados y Ofendidos.
Pienso que el ego de Julio, autor De eso no se habla, editado en abril de 1993, por la Editorial Atlántida de Argentina, (y que releí gustosamente y en celebración) debió estar en la gloria, pues del cuento que da nombre a ese libro dijo el gran actor italiano Marcello Mastroiani, que era una de las más bellas historias que había leído. Y más si agregamos estos conceptos del escritor Dalmiro Sáenz: Cuando terminé de leer su nueve cuentos -en verdad son diez- y tomé conciencia de que Julio Llinás era uno de los más importantes escritores de nuestro tiempo, me pregunté: ¿qué es lo que nos hace leer? Creo que no leer es una sana actitud de respeto. Así como lo contrario del amor no es el odio sino la indiferencia, la no lectura de un determinado autor forma parte de una positiva necesidad de negación, una necesidad de proteger algo de la implacable sentencia de los amos y de los odios, y agregó Sáenz: rastreando en mi memoria, recordé que hace unos años, Miguel Ángel Asturias había escrito: Advierto en la prosa de Julio Llinás la llama del futuro novelista sudamericano... Tal vez fue eso lo que me hizo postergar su lectura. Tal vez quise esperar que el vaticino de ese arisco Premio Nobel se hiciera realidad. Creo que ese momento ha llegado.
Definitivamente el momento llegó. Porque cualquiera de los libros publicados posteriormente por Llinás, dan la razón no sólo a la premonición de Miguel Ángel Asturias sino a quienes como Sabato y Sáenz, entre muchos miles de lectores, nos quedamos como este Escribidor comentarista, maravillados de su pluma.
Leí De eso no se habla por primera vez, hace ya más de una década, en un fin de semana y doy mi palabra que lo hice como la primera vez que tuve entre mis manos, Cien años de soledad, de un tirón, con el tiempo justo para recuperar fuerzas y descansar, y no perderme en ese tonto mundo real de los sueños.
La inmensidad pampeana y la intimidad de la serranía vuelven gracias a la mágica narrativa de Llinás, a tener vigencia, vida, una presencia que va más allá de lo anecdótico y que creí se había quedado para siempre en algunas memorables páginas de Domingo Faustino Sarmiento, Ricardo Güiraldes, Horacio Quiroga, Ezequiel Martínez Estrada y de Osvaldo Soriano.
Desde que conocí sus poemas, sus artículos y ensayos, siempre encontré en Julio un lenguaje perfecto y un dominio fantástico del idioma y el humor. Pero de verdad, en De eso no se habla, se pasó; sus historias van más allá de lo mágico y sus personajes hablan -aún de eso que no debe hablarse- de sus amores y fracasos, de sus sueños y de sus ensueños, con humor y con vergüenza, como lo hace el propio Julio de sí mismo, en el último -y para este memorioso, el más visceral y humano- relato (el único autobiográfico: El día siguiente) de este libro que lo ubica entre los más grandes narradores contemporáneos no sólo en lengua española.
Tengo miedo de no ser objetivo, quizás por esta antigua amistad que me une a Llinás, mi auténtica mano izquierda, y no me atreva a ser tan preciso como Sáenz para quien Julio es, el nuevo García Márquez, ya que como éste plantea una Latinoamérica distinta, no una Latinoamérica del trópico como G.M. sino una de la llanura. Porque como dice el autor de 70 veces 7, Julio Llinás que ama y conoce el campo, encuentra la magia de la pampa húmeda y ve lo que nosotros no vemos, muy posiblemente por no tener los ojos ciegos de Benigno Sierra ni mucho menos su doliente corazón.
Mi cariño y admiración fue creciendo además, por las calles de Nuestra Señora de La Publicidad y en las salas del Instituto Di Tella, entre espejismos fantásticos y una mujer hermosa, inteligente y singular, que amamos cuando despertábamos a la vida y que fue la madre de sus hijos: Marta Peluffo.
Como cuando terminé de leer por primera vez De eso no se habla, volví a servirme una ginebra, que guardaba en el fondo de una botella de barro, un poco de esa delirante primavera que por curiosa ordenanza en San José de los Altares, comenzaba el 15 de octubre. Así celebré estos cincuenta y pico de años de amistad y admiración, vividos a contrapelo de tanta ostentosa, compulsiva y hamburguesada bobalización. |