Corrían los gloriosos años 60. Eran otros tiempos, definitivamente. Para vivir trabajaba como Director Creativo en Radiux Publicidad, una publicitaria que en la Avenida de Mayo porteña, cerca de la calle Perú, es decir, cerca de Florida, cerca de todo y el cielo: Radiux era aguntadero de todo tipo de artistas, mujeres y tipos fenomenales: Juan Carlos Beschinsky, músico; Eliseo Subiela, cineasta; Alberto Ure, director teatral; Portnoy y la Coca R., escritores; Quique Iampolsky, playboy; Carlos Silva, pintor proveedor modernísimos diseños para empaques de cigarrillos que nunca fueron aprobados por los ciegos de Philips Morris, amigo full time de Julio Cortázar; y Carlitos Blanco, delirante de planta.
Eran tiempos de soñar a toda vela y de leer con Eliseo poemas de Oliverio Girondo y hacer de un instante para otro anuncios para vender en el Día del Padre, cualquier cosa que llevara la marca Sony. (Ver este anuncio en esta memoriabierta: texto de Subiela y mío, diseño del gordo Slipak, fotografía de Sicardi, el hermano de Gianni, poeta y mago; modelos mi hijo Ramiro y este absurdo ejercedor de la memoria)
Con Eliseo y Carlitos Blanco habíamos creado una productora falsa, Rata Films, que rodaba sin filmar, películas comerciales en las playas de Mar del Plata, cuando las leyes prohibían promocionar cigarrillos en esas playas.
A mediados de los 60 tuve que comenzar a transitar países, cosa que aún al parecer no concluido. Sin embargo algo nos seguía uniendo. Por ejemplo con Eliseo, el amor por el cine y la poesía de Girondo. Subiela con los años rodó aquel inolvidable Hombre mirando al Sudeste y la no menos estupenda película, El lado oscuro del corazón, donde sus diálogos eran poemas de Olivero, Juancito Gelman y Mario Benedetti. Filme dedicado a la memoria de Carlitos Blanco, inventor de esa fenomenal cama donde las mujeres eran arrojadas al infinito, después de hacer el amor.
Sí, eran otros tiempos. Parafraseando al tango: no se conocían globalizados ni hamburguesados, los muchachos del 60 no usábamos gomina; por eso, el personaje masculino de El lado oscuro del corazón, repetía una y otra vez a las mujeres que iba conociendo, este fragmento del poema Nº 1 del libro Espantapájaros (1932): de Oliverio Girondo:
No sé, me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o
como pasa de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una
importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz
que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias, ¡pero eso sí! y
en eso soy irreductible- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan
volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Sí eran otros tiempos. Eran noches donde sin darnos cuenta, la dictadura comenzaba su incontrolable represión y nosotros en la avenida de Mayo, aún soñábamos con mujeres que volaban, con la revolución de las palabras, el color y los sonidos. Eran tiempos post Sgt. Pepper¹s Lonely Hearts Club Band y el Octeto Buenos Aires. Eran los años en que no soñábamos que la dictadura obligara a cerrar las creativas puertas del Instituto Di Tella. |